ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 25 de agosto

Salmo responsorial

Psaume 72 (73)

En verdad bueno es Dios para Israel,
el Señor para los de puro corazón.

Por poco mis pies se me extravían,
nada faltó para que mis pasos resbalaran,

celoso como estaba de los arrogantes,
al ver la paz de los impíos.

No, no hay congojas para ellos,
sano y rollizo está su cuerpo;

no comparten la pena de los hombres,
con los humanos no son atribulados.

Por eso el orgullo es su collar,
la violencia el vestido que los cubre;

la malicia les cunde de la grasa,
de artimañas su corazón desborda.

Se sonríen, pregonan la maldad,
hablan altivamente de violencia;

ponen en el cielo su boca,
y su lengua se pasea por la tierra.

Por eso mi pueblo va hacia ellos:
aguas de abundancia les llegan.

Dicen: "¿Cómo va a saber Dios?
¿Hay conocimiento en el Altísimo?"

Miradlos: ésos son los impíos,
y, siempre tranquilos, aumentan su riqueza.

¡Así que en vano guardé el corazón puro,
mis manos lavando en la inocencia,

cuando era golpeado todo el día,
y cada mañana sufría mi castigo!

Si hubiera dicho: "Voy a hablar como ellos",
habría traicionado a la raza de tus hijos;

me puse, pues, a pensar para entenderlo,
¡ardua tarea ante mis ojos!

Hasta el día en que entré en los divinos santuarios,
donde su destino comprendí:

oh, sí, tú en precipicios los colocas,
a la ruina los empujas.

¡Ah, qué pronto quedan hechos un horror,
cómo desaparecen sumidos en pavores!

Como en un sueño al despertar, Señor,
así, cuando te alzas, desprecias tú su imagen.

Sí, cuando mi corazón se exacerbaba,
cuando se torturaba mi conciencia,

estúpido de mí, no comprendía,
una bestia era ante ti.

Pero a mí, que estoy siempre contigo,
de la mano derecha me has tomado;

me guiarás con tu consejo,
y tras la gloria me llevarás.

¿Quién hay para mí en el cielo?
Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra.

Mi carne y mi corazón se consumen:
¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre!

Sí, los que se alejan de ti perecerán,
tú aniquilas a todos los que te son adúlteros.

Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios;
he puesto mi cobijo en el Señor,
a fin de publicar todas tus obras.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.