ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXIII del tiempo ordinario
Recuerdo de Moisés. Tras ser llamado por el Señor, liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto y lo guió hacia la "tierra prometida".
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 4 de septiembre

Homilía

Todos los peregrinos a Tierra Santa saben que leer el Evangelio en aquellos lugares facilita la comprensión de muchas de sus páginas a causa de los matices más exactos que estas asumen. El Evangelio de este domingo es una de ellas. El evangelista Lucas nos presenta el viaje de Jesús hacia Jerusalén, y podemos imaginar los caminos polvorientos y asolados, en ocasiones a través de desiertos rocosos como el de Judá, que suben hacia el monte de Sión, ansiada meta para todo judío piadoso. Jesús acababa de salir de la casa de uno de los jefes de los fariseos, donde había participado en un banquete, durante el cual no habían faltado palabras decisivas e incisivas. Retomaba el camino seguido por una muchedumbre. Al darse cuenta de que mucha gente lo seguía, Jesús "volviéndose" les miró. No es una simple descripción de la situación. En aquel "volverse" está toda la pasión de Jesús por la gente. ¡Cuántas veces había repetido a los que le seguían que no había venido para él mismo sino para ellos! Desde entonces, Jesús no deja de "volverse" hacia las muchedumbres cansadas y abatidas de este mundo. Las muchedumbres de ayer y las de hoy. Y con ellas, también nosotros.
Efectivamente, cada vez que se nos anuncia el Evangelio, especialmente en la Liturgia eucarística del domingo, se hace realidad de nuevo este "volverse" de Jesús. Su palabra se proclama para nosotros; se proclama para que llegue a nuestro corazón y lo conmueva. El "volverse" de Jesús es un volverse serio, porque su amor es serio. Él cargó con nuestra causa hasta tal punto que dio su propia vida por nosotros. Y espera de nosotros que le sigamos con la misma seriedad: "Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío" (v. 26). Son las condiciones para seguir a Jesús. En ningún otro momento del Evangelio se habla con tanta seriedad de cómo seguir a Jesús. A diferencia del pasaje análogo de Mateo (10,37), Lucas enumera detalladamente las distintas relaciones de parentela, parece no querer excluir a nadie; y todos están sometidos al irritante verbo "odiar". Para ser mis discípulos, dice Jesús, no basta con venir tras de mí físicamente y soportar algún sacrificio; es necesario cortar de raíz con todos los vínculos del pasado, hasta llegar a "odiar" al padre, a la madre, a la esposa, a los hijos, a los hermanos, a las hermanas e incluso a uno mismo. No hay duda de que se trata de palabras a primera vista durísimas, hasta el punto de que parece imposible que hayan salido de la boca de Jesús. No obstante, están ahí, claras e inequívocas.
Es evidente que se trata de expresiones que hay que situar en el contexto lingüístico semítico, que carece del comparativo relativo, por lo que la esencia de la frase "amar menos" se convierte casi automáticamente en "odiar". Esta es la interpretación habitual de este pasaje. Sin embargo, la expresión "odiar" no debe neutralizarse con demasiada facilidad. La pretensión de Jesús fue y sigue siendo extremamente dura por sí misma. Una interpretación simplemente ética de la palabra (rechazo del mandamiento del amor, o bien crítica al cuarto mandamiento del decálogo) no logra captar la esencia de la petición evangélica. Jesús y el Reino de Dios exigen anular todos los ordenamientos de vida válidos hasta el momento para crear otros nuevos. Decantarse radicalmente por Jesús hace renacer las relaciones, también las relaciones familiares. Si alguien quiere amar a Jesús de la misma manera que ama a otros, no amará de manera seria ni a uno ni a otros. Así pues, la sustancia de este pasaje evangélico consiste en decantarse radicalmente por el Señor. El versículo siguiente lo aclara: «El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío» (v. 27). Jesús pronuncia esta frase mientras camina hacia Jerusalén, donde le espera, precisamente, la cruz.
Así pues, "ir en pos de Jesús" significa tomar parte en su destino, ser una sola cosa con él. No es tarea fácil ni de poca monta. Para emprender ese camino hay que reflexionar a conciencia y valorar las decisiones que se toman. Jesús aclara este concepto con dos ejemplos extraídos de la vida de cada día. El hombre que quiere construir una torre calcula al detalle si dispone de suficientes medios económicos para realizar la empresa. También un rey, antes de empezar una guerra, valora si con sus fuerzas podrá derrotar al enemigo; de lo contrario, negocia las condiciones de paz antes de que sea demasiado tarde. Eso no significa que haya que hacer cálculos, como si hubiera una alternativa a seguir al Señor. Al contrario. Jesús termina afirmando: «Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío» (v. 33). Parece que el único cálculo que hay que hacer sea, precisamente, renunciar a todo para elegir a Jesús y ser su discípulo. Y ese no es un acto banal; es lo más extremamente serio de nuestra vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.