ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Juan Crisóstomo ("boca de oro"), obispo y doctor de la Iglesia (349-407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 13 de septiembre

Recuerdo de san Juan Crisóstomo ("boca de oro"), obispo y doctor de la Iglesia (349-407). La liturgia más habitual de la Iglesia bizantina lleva su nombre.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Corintios 12,12-14.27-31

Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Así también el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte. Y así los puso Dios en la Iglesia, primeramente como apóstoles; en segundo lugar como profetas; en tercer lugar como maestros; luego, los milagros; luego, el don de las curaciones, de asistencia, de gobierno, diversidad de lenguas. ¿Acaso todos son apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos? ¡Aspirad a los carismas superiores! Y aun os voy a mostrar un camino más excelente.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo utiliza el ejemplo del único cuerpo y de los muchos miembros para esclarecer la necesaria variedad de los carismas que recibe la Iglesia para construir la unidad del cuerpo. La imagen que utiliza el apóstol es eficaz y permite considerar a la Iglesia como "cuerpo de Cristo" animado precisamente por el único Espíritu. Es un tema que el apóstol desarrollará más ampliamente en la Epístola a los Efesios. Aquí destaca la unidad a través del único bautismo: "En un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo" (v. 13). El cuerpo, añade Pablo, "no se compone de un solo miembro, sino de muchos" (v. 14). La unidad, sin embargo, viene del Espíritu. De ese modo comprendemos todavía mejor que la comunidad cristiana no es la suma de las personas que la forman, no es el fruto de la yuxtaposición de muchos individuos, uno al lado del otro, no es un club con intereses en común ni tampoco una especie de agencia de caridad. La Iglesia no nace de las personas o de los esfuerzos de alguien. La Iglesia es un cuerpo orgánico creado y animado por el único Espíritu. Debemos decir, a pesar de todo, que la Iglesia nace de lo alto, nace de Dios. El Señor es el que une las distintas partes para que, de manera ordenada, formen el único cuerpo. Cada parte, cada discípulo, tiene su tarea y su función insustituible. Las partes no son absolutas y únicas, pero todas son indispensables, cada una según su función. La tarea no se la da cada uno por su cuenta, y tampoco existen especializaciones que unos tengan en detrimento de otros. Todos son hermanos y hermanas. Lo son porque todos han recibido una llamada común a ser discípulos, es decir, a ser seguidores de Jesús. Por eso el Concilio Vaticano II, cuando habla de "Pueblo de Dios" se refiere a todos: clero, religiosos y laicos. Todos somos miembros de la única familia de Dios. Si debe haber alguna preferencia, esta debe ser para las partes "más débiles". En esta página del apóstol vuelve aquel amor preferencial por los débiles que encontramos en todas las Escrituras. En cualquier caso, "todos los miembros –subraya el apóstol– se preocupan los unos de los otros".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.