ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XXV del tiempo ordinario Leer más

Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 18 de septiembre

Homilía

El Evangelio habla de un administrador y de sus asuntos más o menos lícitos. Es un pasaje que a primera vista parece muy extraño. Parece que Jesús ponga como ejemplo para los discípulos a un hombre que administra los bienes ajenos a la ligera y mediante estafas. Sin embargo, hay que contextualizar el texto evangélico para comprenderlo. El evangelista Lucas en el capítulo 16 presenta las enseñanzas de Jesús sobre el uso de la riqueza (existe una cierta relación de consecuencia con el capítulo anterior, en el que, con la historia del "hijo pródigo", vemos el perjuicio que provoca querer utilizar las riquezas solo para uno mismo). El texto evangélico significa, en resumidas cuentas, que el problema no radica en los bienes sino en el corazón de quien los utiliza, tal como leemos en el Evangelio de Mateo: "Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mt 6,21). La cuestión central consiste en ver dónde tenemos nuestro corazón, hacia dónde apuntan nuestras verdaderas preocupaciones.
En este contexto Jesús habla del administrador de una gran hacienda que fue acusado ante su señor de llevar a cabo su cometido de manera ilícita. Y las acusaciones debían ser tan evidentes que el señor decide despedirlo de inmediato. Solo le concede el tiempo necesario para preparar y entregar los libros de cuentas. Pero la historia tiene un giro inesperado. El administrador ve ante sus ojos una alternativa imposible: empezar a mendigar o cavar la tierra; dos soluciones insoportables para él. Para escapar de dicha situación urde otra estafa contra su señor. Visita a los deudores de su señor, los corrompe y disminuye el montante de su deuda. Como compensación, los deudores se comprometen a ayudarle y sostenerlo cuando sea despedido. Vemos aquí a un hombre con pocos escrúpulos; y maravilla leer la conclusión del evangelista: "El señor (Dios) alabó al administrador injusto porque había obrado con sagacidad" (v. 8).
Es evidente que el señor no aprueba el robo perpetrado por partida doble en perjuicio suyo. No obstante, se sorprende de la habilidad que tiene el administrador para salir de la situación en la que se había metido con su conducta deshonesta. En definitiva, Jesús no alaba el engaño. Y aún menos recomienda a sus discípulos que roben hábilmente para ganarse amigos. De hecho, aquel hombre fue incluido no entre "los hijos de la luz" sino entre "los hijos de este mundo". Lo que se pone como ejemplo es la habilidad de aquel hombre de buscar su salvación. Dicha habilidad, que muchos utilizan para las cosas de la vida de cada día, Jesús quiere trasladarla al plano de la salvación. En otras palabras, Jesús parece decir a quienes le escuchan: "¿Cómo conquista la salvación aquel administrador? ¿Cómo evita cavar la tierra o mendigar? ¿Cómo se asegura su futuro?". La respuesta es: "Siendo generoso con los deudores". Efectivamente, su futuro y su vida dependieron de su generosidad. Con ella vinculó a los deudores con él. Y Jesús añade: "Haceos amigos con el dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas" (v. 9);
Hacerse amigos. Pero atención, la amistad no se compra, sino que se construye con la generosidad, con un corazón listo y disponible. Ese es el centro de la parábola de hoy: la generosidad para con los deudores (es decir, para con los pobres y los débiles) salva nuestra vida y nuestro futuro. Sed amigos de los pobres y os salvaréis. Esa es la astucia que hoy nos pide el Evangelio. Nos la pide a nosotros, sus discípulos. Y se la pide a los países ricos, para que comprendan que su salvación (también la terrena) depende de una renovada atención hacia los países pobres; depende de no dejarlos solos abandonados a sus problemas; y ¿por qué no? depende de condonar la deuda que jamás podrán pagar y que les acerca cada vez más al abismo.
El comentario más eficaz para esta parábola tal vez es la frase de Jesús que Pablo recuerda cuando está despidiéndose de los responsables de la comunidad de Éfeso: "Mayor felicidad hay en dar que en recibir" (Hch 20,35). Pablo les dejaba esta frase casi como compendio de la vida. Es una indicación simple sobre el camino de la felicidad y de la alegría. ¿Por qué estamos tristes? ¿Por qué nuestros días pasan a menudo sin alegría? No hemos entendido que la alegría no consiste en recibir, sino en dar. Nosotros, acostumbrados a buscar para nosotros mismos, a acumular para nosotros, a veces de manera iracunda, no logramos disfrutar la belleza de la generosidad y de la gratuidad, la alegría de dar la vida por los demás. Aquí no se habla de heroísmo. A veces basta con dar una hora de tiempo, pero con generosidad y de buena gana, a quien lo necesita y está solo. Es suficiente dar un hilo de amistad, una ayuda material, una visita al hospital, una simple palabra de consuelo. Vienen a la memoria las otras palabras de Jesús: "Tuve hambre y me disteis de comer" (Mt 25, 35). Ese es el camino de la alegría. El otro, el de la defensa y el de buscar todo para uno mismo, lleva a la tristeza.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.