ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 20 de septiembre

Salmo responsorial

Psaume 80 (81)

¡Gritad de gozo a Dios, nuestra fuerza,
aclamad al Dios de Jacob!

¡Entonad la salmodia, tocad el tamboril,
la melodiosa cítara y el arpa;

tocad la trompeta al nuevo mes,
a la luna llena, el día de nuestra fiesta!

Porque es una ley para Israel,
una norma del Dios de Jacob;

un dictamen que él impuso en José,
cuando salió contra el país de Egipto.
Una lengua desconocida se oye:

Yo liberé sus hombros de la carga,
sus manos la espuerta abandonaron;

en la aflicción gritaste y te salvé.
"Te respondí en el secreto del trueno,
te probé junto a las aguas de Meribá. Pausa.

Escucha, pueblo mío, yo te conjuro,
¡ah Israel, si quisieras escucharme!

No haya en ti dios extranjero,
no te postres ante dios extraño; "

yo, Yahveh, soy tu Dios,
que te hice subir del país de Egipto;
abre toda tu boca, y yo la llenaré."

Pero mi pueblo no escuchó mi voz,
Israel no me quiso obedecer; "

yo les abandoné a la dureza de su corazón,
para que caminaran según sus designios.

¡Ah!, si mi pueblo me escuchara,
si Israel mis caminos siguiera, "

al punto yo abatiría a sus enemigos,
contra sus adversarios mi mano volvería.

Los que odian a Yahveh le adularían,
y su tiempo estaría para siempre fijado; "

y a él lo sustentaría con la flor del trigo,
lo saciaría con la miel de la peña."""

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.