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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de santa Teresa de Lisieux, monja carmelitana a la que movía un profundo sentido de la misión de la Iglesia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 1 de octubre

Recuerdo de santa Teresa de Lisieux, monja carmelitana a la que movía un profundo sentido de la misión de la Iglesia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Job 42,1-3.5-6.12-16

Y Job respondió a Yahveh: Sé que eres todopoderoso:
ningún proyecto te es irrealizable. Era yo el que empañaba el Consejo
con razones sin sentido.
Sí, he hablado de grandezas que no entiendo,
de maravillas que me superan y que ignoro. Yo te conocía sólo de oídas,
mas ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento
en el polvo y la ceniza. Yahveh bendijo la nueva situación de Job más aún que la antigua: llegó a poseer 14.000 ovejas, 6.000 camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas. Tuvo además siete hijos y tres hijas. A la primera le puso el nombre de "Paloma", a la segunda el de "Canela" y a la tercera el de "Cuerno de afeites". No había en todo el país mujeres tan bonitas como las hijas de Job. Y su padre les dio parte en la herencia entre sus hermanos. Después de esto, vivió Job todavía 140 años, y vio a sus hijos y a los hijos de sus hijos, cuatro generaciones.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Finalmente se resuelve el enigma del libro: Job se encuentra con Dios personalmente. Comprende que no hay nada imposible para Dios. Es el reconocimiento del hombre de fe, que confía en el amor de Dios incluso en los momentos difíciles, cuando todo parece imposible. Por eso Job reconoce haber osado exponer cosas superiores a sus capacidades, que él mismo no podía comprender. Porque ¿quién puede comprender el misterio divino sin escuchar su palabra? Job había hablado largamente, pero ahora comprende que Dios no está lejos y que su oración debe dejar espacio a la presencia de Dios y a su palabra. "Solo de oídas te conocía, pero ahora te han visto mis ojos", dice Job. Muchas veces también nosotros conocemos a Dios de oídas o pretendemos conocerlo, porque hemos oído hablar de él desde pequeños o quizás porque nos hemos hecho una idea de él a través de lo que hemos oído sobre él. Pero ¿quién conoce al Dios de la Biblia? Solo lo podemos conocer si nos encontramos con él. Es una persona que viene a encontrarnos a cada uno de nosotros, que habla con todos, que escucha a todo aquel que se dirige a Él. No es un Dios que se conoce de oídas. Job y sus amigos habían entablado un debate teológico sobre Dios y sobre su justicia. Ahora Job se encuentra con él, lo ve a su lado, ya no lejos, como pasa con alguien con el que se quiere discutir. Ese es el punto central de la Biblia: cómo encontrarse con Dios. Las mismas páginas bíblicas son la mejor vía para que se produzca este encuentro. El encuentro será pleno con el Señor Jesús. Él mismo dirá: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". El libro de Job termina del mismo modo que había empezado. Vuelven a aparecer los amigos, a los que Dios les reprocha: "no habéis hablado bien de mí, como mi siervo Job". Estas palabras provocan desconcierto, porque Dios había reprochado también a Job por lo que había dicho. Pero al final se pone de parte de Job y acusa a sus amigos de pecar. ¿Por qué? Dios contesta la teología de los amigos de Job, que habían apelado a la justicia retributiva, según la cual solo un pecador podía haber pasado todos los infortunios que había sufrido Job. Dios mismo en la respuesta final a los amigos cuestiona esta teología, de la que no habían sido capaces de salir y que volvían a proponer sin ninguna reflexión. Nunca debemos dar por supuesto que lo que pensamos sea totalmente cierto, sobre todo cuando nos referimos al Señor. Dejemos que Dios nos hable y a través de la Iglesia aprendamos a discernir su pensamiento. Job, a diferencia de sus amigos, nunca cedió a la resignación, ni siquiera cuando soportaba el mayor de los sufrimientos, nunca aceptó que Dios no respondiera a su oración. Existe un misterio insondable que nadie puede afirmar haber comprendido por completo. Por eso Job al final pudo acoger la palabra y la manifestación divina y pudo comprender que no había quedado abandonado con su sufrimiento y sus penalidades. El retorno de Job a su situación inicial es la señal de la bendición de Dios para cada hombre que no deja de dirigirse a Él y no pierde la esperanza en la presencia benévola del Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.