ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de san Calixto papa (+222). Amigo de los pobres, fundó la casa de oración sobre la que se erigió Santa María in Trastevere. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 14 de octubre

Recuerdo de san Calixto papa (+222). Amigo de los pobres, fundó la casa de oración sobre la que se erigió Santa María in Trastevere.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 1,11-14

A él, por quien entramos en herencia,
elegidos de antemano
según el previo designio del que realiza todo
conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros
alabanza de su gloria,
los que ya antes esperábamos en Cristo. En él también vosotros,
tras haber oído la Palabra de la verdad,
el Evangelio de vuestra salvación,
y creído también en él,
fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa,
que es prenda de nuestra herencia,
para redención del Pueblo de su posesión,
para alabanza de su gloria.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol empieza su Epístola con un himno de bendición. La mirada de fe le lleva a magnificar al Señor por el designio de salvación que ha concebido para todo el universo. Las tres personas de la Trinidad actúan juntas: el Padre, origen y promotor de este designio salvífico; el Cristo, mediador a través del cual Él lo hace realidad; el Espíritu Santo, que lo orienta todo hacia el cumplimiento final. El apóstol bendice directamente a Dios porque nos ha bendecido "con toda clase de bendiciones espirituales". Normalmente somos nosotros, quienes pedimos a Dios su bendición; aquí es el apóstol, quien bendice al Padre por el amor con el que nos ha amado. Dicho amor es bendición para nosotros. De hecho, fuimos elegidos por Dios desde la eternidad y hemos sido elegidos "en Cristo", es decir, como miembros de la comunidad de sus discípulos. Dios nunca concibió a Cristo sin la Iglesia, y por tanto nunca pensó en nosotros sin la comunidad. De ahí proviene nuestra gratitud al Señor, pues sabemos que "existimos" porque él nos ama personalmente y porque estamos destinados a ser "santos e inmaculados". El objetivo de la encarnación del Hijo es "recapitular" en él a todos y a todo. A través de la resurrección, el crucificado fue colocado a la cabeza de toda la creación. En Él todo el universo y la historia de los hombres encuentran cohesión y significado. Él lleva a cabo aquel sueño de unidad presente en Dios desde la creación: todos provenimos de Dios y a él debemos volver todos. Dicho designio fue revelado de manera totalmente nueva cuando Jesús nos enseñó a Dios como su "Padre". En el Hijo resucitado Dios ha abierto su paternidad a todos los hombres. Por eso nosotros, los creyentes, vivimos ya ahora en el Resucitado, hasta poder decir que el Padre ya nos ha llevado a "los cielos", allí donde está el Cristo. Por eso la lucha contra las potencias del mal no es vana: el creyente ya participa ahora de la victoria final de Cristo y sabe que nada podrá separarle del amor de Dios. En Cristo, Dios ha concebido, realizado y llevado a cabo todo el designio de salvación. Él es el alfa porque es el omega, estaba en el origen y ahora recapitula en él todas las cosas. Nosotros, los creyentes, recibimos el "Espíritu Santo de la promesa", es decir, el que fue prometido a los profetas (cf. Ez 36,25ss), que para nosotros también es "prenda" (v. 14), adelanto, anticipo del pleno cumplimiento de la obra divina a nuestro favor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.