ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo del beato Giuseppe Puglisi, sacerdote de la Iglesia de Palermo, asesinado por la mafia. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 21 de octubre

Recuerdo del beato Giuseppe Puglisi, sacerdote de la Iglesia de Palermo, asesinado por la mafia.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 4,1-6

Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con el capítulo cuatro empieza la segunda parte de la Epístola a los Efesios que tiene un carácter de exhortación. Pablo se dirige a los cristianos de Éfeso de manera apasionada, relacionando la obra de Dios y su respuesta: "Os exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que viváis de una manera digna de la llamada que habéis recibido". Sabe que no puede haber separación entre la vocación recibida y el comportamiento que debe derivarse de ella. La autenticidad de la predicación depende del testimonio de la vida. Eso es así para él, que es apóstol, y para todo creyente. Por eso Pablo pide a los cristianos que vivan para edificar y hacer crecer la comunidad en el amor y en la unidad. Hasta siete veces repite el apóstol el numeral "uno", destacando así la unidad de la comunidad. El apóstol exhorta a los cristianos a "conservar la unidad del Espíritu" (v. 3) con un comportamiento humilde, manso y paciente. ¿Por qué esos comportamientos tienen un valor prioritario? Porque según el apóstol permiten conservar la unidad. La humildad pone al creyente ante Dios como alguien que lo espera todo de él, la mansedumbre hace que no responda con violencia y la paciencia hace que sea semejante a Dios, que es paciente con todos. Jesús es el modelo a mirar: Él, "manso y humilde de corazón" (Mt 11,29), ha venido a "servir y a dar su vida" (Mc 10,45), "haciéndose obediente hasta la muerte" (Flp 2,8). Y eso porque nos ama sin ponerse ningún límite. El amor de Dios y la unidad de la comunidad nos preceden, entran en nuestra vida y nos envuelven. Son el verdadero tesoro del que vivimos. El apóstol pide a los efesios que "conserven" la unidad, teniendo en cuenta que toda herida a la unidad es una herida al mismo Cuerpo de Cristo y se convierte así en una traición de la vocación a ser un solo Cuerpo, a tener una sola fe y un solo bautismo, a reconocer a un solo Dios, Padre de todos. La unidad de la comunidad de creyentes no es el resultado de un acuerdo ni tampoco la aceptación de una misma doctrina. La unidad nace cuando el corazón de los creyentes acogen al único Espíritu. Esa unidad la recibimos cuando nos hacemos hijos del único Padre e hijos de la única madre, la Iglesia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.