ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 26 de octubre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 6,1-9

Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: Para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor. Esclavos, obedeced a vuestros amos de este mundo con respeto y temor, con sencillez de corazón, como a Cristo, no por ser vistos, como quien busca agradar a los hombres, sino como esclavos de Cristo que cumplen de corazón la voluntad de Dios; de buena gana, como quien sirve al Señor y no a los hombres; conscientes de que cada cual será recompensado por el Señor según el bien que hiciere: sea esclavo, sea libre. Amos, obrad de la misma manera con ellos, dejando las amenazas; teniendo presente que está en los cielos el Amo vuestro y de ellos, y que en él no hay acepción de personas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Sabemos que el Evangelio transforma profundamente las relaciones humanas y ayuda a vivirlas de manera nueva. Y si eso no sucede es por la sorda resistencia de nuestras costumbres, que a menudo nos "gobiernan" y hacen que continuemos siendo hombres viejos. El amor de Jesús no es abstracto, virtual; no es una palabra vacía, como todas las que nos acostumbramos a decir y a escuchar y que dificultan comprender las palabras verdaderas. El amor de Jesús es una palabra eficaz, que se cumple en la historia y quiere inspirar de manera concreta todas nuestras relaciones, transformándolas. Algunas recomendaciones nos pueden parecer lejanas, superadas. Pero en realidad, todavía tienen mucho que decir, si las comprendemos en la mentalidad con la que vivimos. Pablo acaba de terminar de hablar de la relación entre el marido y la esposa. Ahora se dirige a los hijos, y les recuerda que deben "obedecer", siguiendo el mandamiento bíblico: "honra a tu padre y a tu madre". El motivo del mandamiento nunca es una ley en sí misma, sino nuestra felicidad. La Palabra de Dios quiere llevar la vida de todos a la plenitud, porque la voluntad de Jesús es que "tengan vida y la tengan en abundancia". Pablo se dirige luego a los padres y les pide que no "exasperen a los hijos" sino que los eduquen, es decir, que los hagan crecer siguiendo las enseñanzas cristianas. Nadie es solo objeto del amor de los demás, sino que a todos se les pide que cambien su manera de ver al prójimo. También los esclavos formaban parte de la familia. Y también a ellos el apóstol les pide que tengan un comportamiento adecuado. Les exhorta a obedecer a los amos pero con simplicidad de espíritu, como a Cristo, es decir, no para que les vean y para gustar a los hombres. El apóstol aclara que el papel que desempeña cada uno realmente cambia si se revolucionan nuestras relaciones: tanto el esclavo como el hombre libre recibirán del Señor según el bien que habrán hecho. Tampoco los amos, al igual que los padres y que los hombres con las mujeres, deben utilizar su posición para despreciar o pisotear la dignidad del otro. Uno solo es el Señor y no hay preferencia de personas para él. Todos estamos llamados a amarnos como hermanos. Esa es la voluntad de Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.