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Liturgia del domingo
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 30 de octubre

Himno de resurrección

Aleluya, aleluya, aleluya.
Cristo resucitó de entre los muertos y no muere más.
Aleluya, aleluya, aleluya.

A pesar de la piedra pesada sobre la tumba,
el pecado triste de este mundo,
los soldados custodiando tu cuerpo,
tú has resucitado, Señor, nuestro Dios.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Cristo resucitó de entre los muertos y no muere más.
Aleluya, aleluya, aleluya.

A las mujeres llegadas hasta el sepulcro
un ángel ha hablado de tu resurrección,
te has hecho compañero de los discípulos
y en Emaús has cenado con ellos.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Cristo resucitó de entre los muertos y no muere más.
Aleluya, aleluya, aleluya.

A pesar de las puertas cerradas y el miedo,
te has aparecido a los discípulos reunidos,
dándoles el poder de perdonar
y ofreciéndoles tu paz.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Cristo resucitó de entre los muertos y no muere más.
Aleluya, aleluya, aleluya.

Nosotros hoy te celebramos resucitado,
desde el mundo entero con la fe,
desde lo profundo del corazón confesamos
que tú eres nuestro Señor y Dios.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Cristo resucitó de entre los muertos y no muere más.
Aleluya, aleluya, aleluya.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.