ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 3 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filipenses 3,3-8

Pues los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que damos culto según el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús sin poner nuestra confianza en la carne, aunque yo tengo motivos para confiar también en la carne. Si algún otro cree poder confiar en la carne, más yo. Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable. Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La comunidad de Filipos no estaba pasando un momento fácil. Lo vemos también en este pasaje. Pablo había hablado de adversarios, y aquí habla de "perros", de "embusteros" y de otros que utilizaban tal vez la circuncisión, signo de pertenencia al pueblo de Israel, como factor de superioridad dentro de la comunidad, en la que había personas de orígenes distintos. El apóstol se ve casi obligado a elogiarse a sí mismo como perfecto miembro del pueblo de Israel (vv. 5-6). Pero lo hace solo para decir no que es eso lo que vale ante el Señor. Para ser discípulo, efectivamente, lo que cuenta no es la "carne", es decir, el origen, la condición, la cultura y lo que nos distingue de los demás. En definitiva, no somos discípulos ni por nacimiento ni por pertenencia, sino únicamente por la fe. Pablo considera que todo es "basura" en comparación con el don que ha recibido: la gracia de encontrar al Señor y de hacerse similar a él. Por eso ve su vida como una carrera para imitar en todo a Cristo, para sumergirse en su muerte y su resurrección. Pablo nos transmite también a nosotros el deseo de una vida cristiana proyectada hacia la realización de la comunión plena con el Señor; incluso en medio de la tribulación, el cristiano vive la misma alegría a la que el apóstol exhorta a los cristianos de Filipos (3,1). ¿De qué sirve gloriarse de la carne, creerse superior por eso? ¡Lo único que hace es empobrecernos y así terminamos siendo como el mundo! A menudo, cuando no sabemos contemplar la sublimidad que supone conocer a Jesucristo, es decir, la belleza de la perla preciosa que hemos encontrado, por gracia, en nuestra vida, la posición que tiene cada uno y las consideraciones mundanas cobran importancia y crean división entre los hermanos, como pasó en Filipos. Porque solo si somos conscientes de que lo hemos recibido todo por gracia podremos reconocer cuánto hemos sido amados y nos libraremos de la posición que ocupamos y de los esquemas que dicta el mundo, y no el espíritu.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.