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Vigilia del domingo
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Vigilia del domingo

Recuerdo de Zacarías y de Isabel, que en su vejez concibió a Juan el Bautista. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 5 de noviembre

Recuerdo de Zacarías y de Isabel, que en su vejez concibió a Juan el Bautista.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filipenses 4,10-19

Me alegré mucho en el Señor de que ya al fin hayan florecido vuestros buenos sentimientos para conmigo. Ya los teníais, sólo que os faltaba ocasión de manifestarlos. No lo digo movido por la necesidad, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre; a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mi tribulación. Y sabéis también vosotros, filipenses, que en el comienzo de la evangelización, cuando salí de Macedonia, ninguna Iglesia me abrió cuentas de «haber y debe», sino vosotros solos. Pues incluso cuando estaba yo en Tesalónica enviasteis por dos veces con que atender a mi necesidad. No es que yo busque el don; sino que busco que aumenten los intereses en vuestra cuenta. Tengo cuanto necesito, y me sobra; nado en la abundancia después de haber recibido de Epafrodito lo que me habéis enviado, suave aroma , sacrificio que Dios acepta con agrado. Y mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol se dirige con afecto a la comunidad de Filipos. Su amor no es indiferente a las decisiones que toman sus hermanos. Siente una gran alegría en el Señor porque han florecido los buenos sentimientos de sus hermanos hacia él. La vida común y la amistad entre los hermanos nunca son tibias. Y nunca podemos hacer que la fraternidad, que el papa Francisco denomina condominio, se quede sin pasión, sea simplemente algo con lo que compartimos ciertas cosas, mientras que nuestra vida personal va por otro lado. Nuestro corazón no está dividido y nuestras decisiones son siempre personales y afectan a toda nuestra vida. El apóstol no busca la consideración para él. Reivindica que podría no pedir nada, pero lo hace precisamente para salvar a los discípulos de la tentación de no ocuparse unos de otros, de ser meros espectadores, de mantenerse a distancia. "Todo lo puedo con Aquel que me da fuerzas." Esa es la idea del apóstol que nos ayuda a descubrir que si estamos llenos del amor de Jesús lo podemos todo. "Separados de mí nada podéis hacer", dijo Jesús a los suyos. Y eso significa también que con Él lo podemos todo, precisamente porque no confiamos en nuestras pobres fuerzas sino en la extraordinaria fuerza de su espíritu. Tenemos que aprender siempre a "compartir los malos momentos" con los demás, a compartir las dificultades y a dar apoyo concreto en las penurias. Pablo se siente reforzado por eso, no solo en las necesidades materiales concretas, que nunca debemos minimizar, sino sobre todo por el significado que representa esa ayuda. Y quien da con misericordia recibe misericordia, es decir, encuentra aquella riqueza con magnificencia en Jesucristo que significa una vida llena de alegría regalada que nunca se pierde, la única que persiste.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.