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Oración por los enfermos
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Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por los enfermos. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 7 de noviembre

En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por los enfermos.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tito 1,1-9

Pablo, siervo de Dios, apóstol de Jesucristo para llevar a los escogidos de Dios a la fe y al pleno conocimiento de la verdad que es conforme a la piedad, con la esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios que no miente, y que en el tiempo oportuno ha manifestado su Palabra por la predicación a mí encomendada según el mandato de Dios nuestro Salvador, a Tito, verdadero hijo según la fe común. Gracia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, nuestro Salvador. El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené. El candidato debe ser irreprochable, casado una sola vez, cuyos hijos sean creyentes, no tachados de libertinaje ni de rebeldía. Porque el epíscopo, como administrador de Dios, debe ser irreprochable; no arrogante, no colérico, no bebedor, no violento, no dado a negocios sucios; sino hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí. Que esté adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza, para que sea capaz de exhortar con la sana doctrina y refutar a los que contradicen.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo escribe a Tito, su «verdadero hijo según la fe común», que había partido de Creta «para que acabaras de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros» en la comunidad. El apóstol sabe que le confía una tarea no fácil. Para apoyar su autoridad le escribe esta Epístola que debe leerse a toda la comunidad reunida. Pablo vincula el ministerio del discípulo a su misma autoridad apostólica; por eso, incluso antes de nombrar al destinatario, destaca que es «apóstol», es decir, enviado por Jesús. Pablo lo recuerda a Tito no para alardear. Sabe bien que también él es, ante todo, un «siervo» del Señor. De hecho, la autoridad de la comunidad cristiana no sirve para obtener un beneficio para uno mismo sino para servir a la comunión de los hermanos en la única fe y en la única esperanza. Pablo recuerda a Tito –y a todos los que tengan responsabilidad en la comunidad– que toda la obra apostólica tiene su razón de ser precisamente en la «esperanza de vida eterna». El pastor debe predicar y dar muestra de esta esperanza a todos. Dios mismo la prometió, y Dios no miente, al contrario, es el garante de dicha esperanza. De hecho, la reserva para sus hijos desde el jardín del Edén. Y a lo largo de la historia, con una cadena ininterrumpida de profetas, la ha revelado a su pueblo. Pero «en el tiempo oportuno» el Señor envió a su propio Hijo, Jesús, para que cumpliera esta promesa. Y Jesús llamó a Pablo para comunicar al mundo el mensaje de alegría (1 Tm 1,1), y Pablo, a su vez, confía a Tito la continuación de su misión. Pablo, que tal vez ya ha comunicado oralmente a Tito algunos criterios para la elección de los responsables de la comunidad, se los repite ahora en la Epístola: el presbítero debe gozar de buena fama, debe, pues, sabe gobernar la casa, debe ser capaz de educar a sus hijos en la honestidad, el pudor y la obediencia. La Iglesia también es una familia. El apóstol en otra parte escribe que el «epíscopo» es precisamente «administrador de Dios» (1 Co 4,1) y debe gobernar y administrar la vida de la comunidad como lo hace un administrador fiel que lleva a cabo su cometido en una casa terrenal (cfr. Lc 12,42s). El pastor, pues, está llamado a ser un instrumento fiel en manos del Señor, alejando toda forma de egoísmo, de prepotencia, de avaricia y de presunción. Una conducta alejada del Evangelio –como indica el apóstol en este pasaje de la Epístola– traiciona la tarea que el mismo Dios encomienda al pastor. La ejemplaridad que se pide al pastor debe verse también en todos los miembros de la familia de Dios. Cada discípulo, de hecho, está llamado a sentir y a vivir responsablemente la vida de toda la comunidad. La sabiduría, la justicia y la piedad que honran al responsable de la comunidad deben ser practicadas por todos los discípulos porque el misterio de la Iglesia es ser un único cuerpo, una única familia, de la que todos son responsables, aunque de modos distintos, lógicamente. En este contexto el apóstol recuerda la tarea principal del pastor y de todo creyente, que es la fidelidad a la «palabra fiel, conforme a la enseñanza». En esta exhortación se asienta la tradición viva de la Iglesia; una generación cristiana transmite a la siguiente el Evangelio que ha escuchado y vivido. Esta fidelidad ininterrumpida al Evangelio hace estable a la comunidad y fuerte su testimonio.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.