ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Recuerdo de san León Magno, obispo de Roma, que guió la Iglesia en tiempos difíciles. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 10 de noviembre

Recuerdo de san León Magno, obispo de Roma, que guió la Iglesia en tiempos difíciles.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filemón 1,7-20

Pues tuve gran alegría y consuelo a causa de tu caridad, por el alivio que los corazones de los santos han recibido de ti, hermano. Por lo cual, aunque tengo en Cristo bastante libertad para mandarte lo que conviene, prefiero más bien rogarte en nombre de la caridad, yo, este Pablo ya anciano, y además ahora preso de Cristo Jesús. Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora muy útil para ti y para mí. Te lo devuelvo, a éste, mi propio corazón. Yo querría retenerle conmigo, para que me sirviera en tu lugar, en estas cadenas por el Evangelio; mas, sin consultarte, no he querido hacer nada, para que esta buena acción tuya no fuera forzada sino voluntaria. Pues tal vez fue alejado de ti por algún tiempo, precisamente para que lo recuperaras para siempre, y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mí, ¡cuánto más lo será para ti, no sólo como amo, sino también en el Señor!. Por tanto, si me tienes como algo unido a ti, acógele como a mí mismo. Y si en algo te perjudicó, o algo te debe, ponlo a mi cuenta. Yo mismo, Pablo, lo firmo con mi puño; yo te lo pagaré... Por no recordarte deudas para conmigo, pues tú mismo te me debes. Sí, hermano, hazme este favor en el Señor. ¡Alivia mi corazón en Cristo!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la Liturgia nos propone leer la Epístola a Filemón. Se trata de una hoja que durante su cautiverio, no sabemos si en Roma o en Éfeso, Pablo escribió a Filemón en favor del esclavo Onésimo. Este, que había huido de su amo, se encuentra con el apóstol que lo convierte al Evangelio, y durante un tiempo se queda a servir al apóstol. Pablo lo envía luego a Filemón con esta hoja en la que lo exhorta a acoger a Onésimo ya no como esclavo sino "como un hermano querido". Las palabras del apóstol demuestran que la fuerza del Evangelio puede fermentar la vida humana cambiando en profundidad incluso las relaciones humanas. El apóstol no anula las relaciones jurídicas de la época –Onésimo, de hecho, mantiene su condición social de esclavo– pero el amor evangélico las supera de raíz. En ese sentido Pablo borra toda justificación de la esclavitud. Esta nueva dimensión de fraternidad permite que el amo y el esclavo, tras haber sido tocados por el Evangelio, vivan una fraternidad efectiva. En esta historia tiene una importancia destacada la relación de amistad que Pablo crea tanto con Filemón como con Onésimo. Implementar la fraternidad evangélica no es aplicar una teoría, sino cambiar de verdad mediante relaciones de amistad concretas y duraderas. El apóstol probablemente no podía cambiar las costumbres legales, pero la fraternidad que nace del Evangelio abraza indefectiblemente a aquellos que la acogen. En la perspectiva del Evangelio todos pasamos a formar parte de los hijos de Dios y, por tanto, de la fraternidad entre nosotros que se crea en ocasiones incluso independientemente de las condiciones sociales y de las mismas costumbres. Al enviar a Onésimo Pablo sabe que la fe común entre los dos ha anulado aquella distinción que sigue persistiendo en ámbito mundano. Saben que, aunque uno es amo del otro, han sido transformados radicalmente en hermanos, y como tal deben vivir. Ese espíritu hizo, muchos siglos después, que la cultura occidental derrotara la esclavitud incluso social y legalmente. Hoy, esta Epístola debe hacernos reflexionar sobre las numerosas esclavitudes que de maneras nuevas pero no menos duras someten a los hombres que esperan de los cristianos un fermento de humanismo evangélico.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.