ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 12 de noviembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Tercera Juan 1,5-8

Querido, te portas fielmente en tu conducta para con los hermanos, y eso que son forasteros. Ellos han dado testimonio de tu amor en presencia de la Iglesia. Harás bien en proveerles para su viaje de manera digna de Dios. Pues por el Nombre salieron sin recibir nada de los gentiles. Por eso debemos acoger a tales personas, para ser colaboradores en la obra de la Verdad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La tercera Epístola parece más bien una hoja epistolar como la que Pablo escribió a Filemón. El autor (el "presbítero") empieza saludando a Gayo, al que ama "según la verdad", repitiendo así la fórmula típicamente juánica utilizada ya en la segunda Epístola. Y le augura un buen resultado "en todo" y que su "salud física sean tan buena como la espiritual" (v. 2). El recto comportamiento no consiste en nada más que continuar viviendo "en la verdad" (v. 3). Vuelve el tema de la "verdad", entendida no como un complejo abstracto de afirmaciones que hay que creer sino como el misterio mismo de Dios que se ha manifestado en la historia, es decir, Jesucristo muerto y resucitado que continúa viviendo en su Iglesia. Permanecer en este misterio constituye el motivo de la alegría del "presbítero": "No siento alegría mayor que oír que mis hijos caminan en la verdad" (v. 4). Es la alegría del pastor que ve a su comunidad caminar por los caminos del Evangelio. Esta alegría podríamos compararla con la que tuvo Jesús cuando recibió a los discípulos que volvían de su primera misión. Este mismo júbilo está asociado al recibimiento que las comunidades cristianas dispensaban a los primeros misioneros del Evangelio. Estamos al inicio de la predicación evangélica y es significativo que el autor de la Epístola subraye dicho recibimiento a los misioneros. De ese modo se manifiesta claramente la fraternidad cristiana que supera las distinciones entre forasteros y conocidos, como se ve claramente en las palabras mismas de Jesús. El Evangelio convierte en hermanos incluso a los que están lejos y son extranjeros. Y esta nueva condición compromete a los cristianos a recibir y acoger como hermanos a aquellos que, dejando su casa, se ponen en camino para comunicar el Evangelio, allí donde les envíe el Señor. El atento recibimiento a los demás discípulos no es simplemente una buena obra: significa participar en la misión misma de la Iglesia, como se ve en la epístola: "Por eso debemos acoger a tales personas, para hacernos colaboradores en la obra de la Verdad" (v. 8). Acoger nos hace partícipes del designio mismo de Dios que envió a su Hijo para salvar al mundo. La ayuda proporcionada de algún modo a los que comunican el Evangelio nos hace cooperadores del mismo ministerio. Así se manifiesta también la universalidad de la Iglesia, que acoge a los extranjeros como hermanos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.