ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente en 1983. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 15 de diciembre

Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente en 1983. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 29 (30), 2.4-6.11-12

2 Te ensalzo, Señor, porque me has levantado,
  no has dejado que mis enemigos se rían de mí.

4 Tú, Señor, sacaste mi vida del Seol,
  me reanimaste cuando bajaba a la fosa.

5 Cantad para el Señor los que lo amáis,
  recordad su santidad con alabanzas.

6 Un instante dura su ira,
  su favor toda una vida;
  por la tarde visita de lágrimas,
  por la mañana gritos de júbilo.

11 ¡Escucha, Señor, ten piedad de mí!
  ¡Sé tú, Señor, mi auxilio!

12 Has cambiado en danza mi lamento:
  me has quitado el sayal, me has vestido de fiesta.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El salmo 29 trae la oración de un hombre que ha corrido un grave peligro, pero ahora está sano. Él quiere narrar esta experiencia suya en la asamblea de los hermanos para que todos se unan a su acción de gracias. Y dice que de esta experiencia ha aprendido dos cosas. La primera la describe así: “Un instante dura su ira, su favor toda una vida” (v.6). En el libro de Isaías se leen palabras todavía más bellas: “Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido” (54, 7-8). Dios no destruye sino que corrige, e incluso su castigo -la Biblia no tiene miedo de hablar de “furor”- nace del amor para que el hombre rectifique y cambie el corazón y la vida. La segunda lección es una experiencia que muchos conocemos y que nace de nuestra poca fe que nos lleva a ser autosuficientes: en el tiempo de la salud y del bienestar nos creemos poderosos hasta que llegan las enfermedades o el peligro y entonces descubrimos nuestra fragilidad: “Al sentirme seguro me decía:
«Jamás vacilaré». … pero luego escondías tu rostro y quedaba todo conturbado” (vv. 7-8). En el momento del bienestar fácilmente olvidamos al Señor y su amor para confiar sólo en nosotros mismos. El salmista nos invita a descubrir que la búsqueda del amor del Señor vale más que cualquier otra cosa. Y sólo la oración humilde y confiada es lo que puede levantarnos del dolor y de la angustia, y transformar el luto en fiesta y el dolor en alegría. El salmista está convencido de esto hasta el punto de explicárselo al mismo Señor para que no deje nunca de ayudarle: “¿Qué ganas con mi sangre, con que baje a la fosa? ¿Puede el polvo alabarte, anunciar tu verdad?” (v. 10). El salmista, que no conoce todavía la resurrección, nos recuerda en cualquier caso que el sentido de la vida es alabar y amar al Señor, siempre.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.