ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 18 de diciembre

Homilía

La liturgia de hoy nos acompaña hasta el umbral de la Navidad, como para protegernos de distracciones y preocupaciones que no sean las relativas al encuentro con Jesús. La Iglesia quiere que esta Navidad esté llena de sentido y de alegría para cada uno de nosotros. Mientras nos acercamos a la Noche santa nos hace encontrar a José, un hombre como tantos otros, un carpintero de una pequeña aldea de Galilea. Ni él, ni su aldea, ni Galilea eran importantes en la sociedad de la época. Al contrario, por su situación periférica aquella zona no gozaba de buena fama, incluso se presentaba poco segura desde el punto de vista de la fe. José vivía su pequeña vida de trabajador y pensaba en su futuro. Soñaba con un futuro normal, con una familia y un trabajo decoroso. Tomó por esposa a una muchacha de la aldea, María, y esperaba tranquilo la realización definitiva de su sueño. Pero un día este sueño se vio turbado. María se había quedado misteriosamente embarazada. ¿Qué había pasado? Se podía hablar (y acusar a María) de adulterio. En el judaísmo de la época se imponía el “repudio” de la mujer. Por tanto, en cuanto marido traicionado, José, habría debido repudiar a María, con todas las consecuencias civiles y penales que se habrían abatido sobre ella, que a los ojos de todos aparecería como una joven adúltera, rechazada y marginada no sólo por los familiares sino por todos los habitantes de Nazaret.
José, hombre justo, decidió sin embargo repudiarla en secreto para no exponerla a esa penosa situación. Aunque era joven, tenía piedad y sabiduría. De todas formas, su sueño se había quebrantado. No le quedaba más que reflexionar sobre aquella amarga experiencia. Y podemos imaginar su drama y la sucesión de pensamientos. Pero Dios no le dejó solo con sus pensamientos. Precisamente mientras se interrogaba amargado y quizá ya sin esperanza para su futuro, José volvió a soñar. “El ángel del Señor se le apareció en sueños”, escribe el evangelista. Esta vez ya no era su pequeño sueño, unido a la simple vida de carpintero que él mismo se había programado. Se trataba de un sueño mucho más grande: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Es el Evangelio de Navidad. Podríamos decir que es el “sueño” de la Navidad: un niño salvará al mundo entero de sus pecados; un niño liberará el mundo de todas las esclavitudes. José, simple carpintero de una pequeña aldea de la periferia del imperio, se encuentra viviendo en un horizonte nuevo y amplio, el de la Navidad. Ya no se trataba de su pequeño sueño, sino del gran sueño del Señor, el sueño ilimitado del Evangelio. José se despertó e hizo como el ángel le había ordenado: tomó consigo a María. José, humilde carpintero, está hoy delante de nosotros para exhortarnos a escuchar el Evangelio y a acoger el sueño que contiene la palabra del ángel. José no es uno de los actores principales del Evangelio, sin embargo participó en la grandeza y en la alegría de aquella noche: tomó consigo a María y al niño. A cada uno de nosotros se nos pide tomar con nosotros el Evangelio y abandonar el egocentrismo banal de nuestros pequeños sueños y aspiraciones. En Navidad se debe soñar a lo grande. También nosotros, aunque pequeños y a menudo banales, podemos formar parte del gran diseño de amor que Dios tiene para los hombres. Con José nos acercamos a la santa noche para acoger al Señor y para caminar con él a lo largo de los caminos de los hombres.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.