ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por la paz. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 19 de diciembre

Salmo responsorial

Salmo 118c (119c))

¡Oh, cuánto amo tu ley!
Todo el día es ella mi meditación.

Más sabio me haces que mis enemigos por tu mandamiento,
que por siempre es mío.

Tengo más prudencia que todos mis maestros,
porque mi meditación son tus dictámenes.

Poseo más cordura que los viejos,
porque guardo tus ordenanzas.

Retraigo mis pasos de toda mala senda
para guardar tu palabra.

De tus juicios no me aparto,
porque me instruyes tú.

¡Cuán dulce al paladar me es tu promesa,
más que miel a mi boca!

Por tus ordenanzas cobro inteligencia,
por eso odio toda senda de mentira.

Para mis pies antorcha es tu palabra,
luz para mi sendero.

He jurado, y he de mantenerlo,
guardar tus justos juicios.

Humillado en exceso estoy, Yahveh,
dame la vida conforme a tu palabra.

Acepta los votos de mi boca, Yahveh,
y enséñame tus juicios.

Mi alma está en mis manos sin cesar,
mas no olvido tu ley.

Me tienden un lazo los impíos,
mas yo no me desvío de tus ordenanzas.

Tus dictámenes son mi herencia por siempre,
ellos son la alegría de mi corazón.

Inclino mi corazón a practicar tus preceptos,
recompensa por siempre.

Aborrezco la doblez
y amo tu ley.

Mi refugio y mi escudo eres tú,
yo espero en tu palabra.

¡Apartaos de mí, malvados,
quiero guardar los mandamientos de mi Dios!

Sosténme conforme a tu promesa, y viviré,
no defraudes mi esperanza.

Sé tú mi apoyo, y seré salvo,
y sin cesar tendré a la vista tus preceptos.

Tú deshaces a todos los que se desvían de tus preceptos,
mentira es su astucia.

Tienes por escoria a todos los impíos de la tierra,
por eso amo yo tus dictámenes.

Por tu terror tiembla mi carne,
de tus juicios tengo miedo.

Juicio y justicia he practicado,
a mis opresores no me entregues.

Sé fiador de tu siervo para el bien,
no me opriman los soberbios.

En pos de tu salvación languidecen mis ojos,
tras tu promesa de justicia.

Según tu amor trata a tu siervo,
enséñame tus preceptos.

Yo soy tu servidor, hazme entender,
y aprenderé tus dictámenes.

Ya es hora de actuar, Yahveh,
se ha violado tu ley.

Por eso amo yo tus mandamientos
más que el oro, más que el oro fino.

Por eso me guío por todas tus ordenanzas
y odio toda senda de mentira.

Maravillas son tus dictámenes,
por eso mi alma los guarda.

Al abrirse, tus palabras iluminan
dando inteligencia a los sencillos.

Abro mi boca franca, y hondo aspiro,
que estoy ansioso de tus mandamientos.

Vuélvete a mí y tenme piedad,
como es justo para los que aman tu nombre.

Mis pasos asegura en tu promesa,
que no me domine ningún mal.

Rescátame de la opresión del hombre,
y tus ordenanzas guardaré.

Haz que brille tu faz para tu siervo,
y enséñame tus preceptos.

Mis ojos destilan ríos de lágrimas,
porque tu ley no se guarda.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.