ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 21 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 32 (33), 2-3.11-12.20-21

2 ¡Dad gracias al Señor con la cítara,
  tocad con el arpa de diez cuerdas;

3 cantadle un cántico nuevo,
  acompañad la música con aclamaciones!

11 pero el plan del Señor subsiste para siempre,
  sus decisiones de generación en generación.

12 ¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
  el pueblo que escogió para sí como heredad!

20 Esperamos anhelantes al Señor,
  él es nuestra ayuda y nuestro escudo;

21 en él nos alegramos de corazón
  y en su santo nombre confiamos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El salmo, que se define como “de alabanza y acción de gracias”, se compone de 22 versículos, como las letras del alfabeto judío, como queriendo indicar que hay que alabar al Señor siempre, desde el inicio hasta el final, desde la A a la Z. La liturgia nos presenta algunos de sus versículos. Pero desde el inicio el salmista invita a cantar un cántico nuevo al Señor: “tocad con el arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo” (v.3). Y, ¿por qué este cántico “nuevo”? Porque: “El Señor observa de lo alto del cielo, ve a todos los seres humanos; desde el lugar de su trono mira a todos los habitantes de la tierra” (vv.13-14). Es como un anuncio que el salmista quiere dar: Dios mira a todos los hombres, los observa, pero no como un juez implacable, dispuesto a juzgar y a condenar. El Señor es como un padre que mira a sus hijos para protegerlos, para salvarlos del mal y de la opresión. La mirada de Dios -que el salmista evoca- no es una amenaza, sino una mirada de amor. Claro, el Señor ve el pecado y la debilidad del hombre, pero “para librar su vida de la muerte y mantenerlos en tiempo de penuria” (v.19). Dios nos mira desde el cielo para salvarnos, no para condenarnos. Es el misterio de la navidad que nos apresuramos a celebrar. Y sentimos la profundidad de las palabras del Evangelio de Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito” (Jn 3,16). Esta noticia es Evangelio: lleva la alegría al corazón del hombre y le hace cantar precisamente “un cántico nuevo”. Sí, el creyente puede cantar porque la Palabra del Señor es recta y fiel, y no abandona jamás; y es una Palabra eficaz porque crea cuando se pronuncia; y es también una Palabra fuerte porque mantiene firme el mundo: “Él recoge, como un dique, las aguas del mar, mete en depósitos los océanos” (v.7). La Palabra del Señor es poderosa y anula los diseños arrogantes de las naciones. Sobre ella se funda la fe de los creyentes de ayer y de hoy. Esta fe hace del creyente un hombre lleno de esperanza y un hombre fuerte en la oposición al mal y capaz de transformar el mundo por la vía de la justicia y del amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.