ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 22 de diciembre


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

1Samuel 2,1.4-8

1 Entonces Ana dijo esta oración:
  Mi corazón exulta en el Señor,
  mi fuerza se apoya en Dios,
  mi boca se burla de mis enemigos,
  porque he gozado de tu socorro.

4 El arco de los fuertes se ha quebrado,
  los que tambalean se ciñen de fuerza.

5 Los hartos se contratan por pan,
  los hambrientos dejan su trabajo.
  La estéril da a luz siete veces,
  la de muchos hijos se marchita.

6 El Señor da muerte y vida,
  hace bajar al Seol y retornar.

7 El Señor enriquece y despoja,
  abate y ensalza.

8 Levanta del polvo al humilde,
  alza del muladar al indigente
  para sentarlo junto a los nobles,
  y darle en heredad trono de gloria,
  pues del Señor los pilares de la tierra
  y sobre ellos ha asentado el universo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este “Cántico de Ana”, extraído probablemente del repertorio de himnos famosos en Israel, es un salmo que expresa la alegría incontenible del creyente que todo le debe al Señor. Es el canto de una mujer, hasta hace poco tiempo estéril, y también de un pueblo hasta hace poco tiempo oprimido. “Mi corazón exulta en el Señor, mi fuerza se apoya en Dios, mi boca se burla de mis enemigos, porque he gozado de tu socorro”, comienza a cantar Ana. La alegría es de Ana, pero el poder es de Dios. Tres veces repite Ana: “nadie, nadie, nadie” es comparable al Señor. Él es el único que mira a los débiles y tiene la fuerza de exaltarles. Así ha hecho con ella, así hace con Israel como con todos sus hijos que vendrán. Él es la esperanza de los débiles y de los pobres, dando la vuelta a la disposición actual de las cosas: el saciado será sustituido por quien tiene hambre y el fecundo por el estéril. Y los saciados experimentarán el hambre que habían impuesto a los demás. Es evidente aquí la acusación contra los privilegiados: están destinados a perder precisamente aquello a lo que daban más valor. Es el Señor quien “da muerte y vida, hace bajar al Seol y retornar” (v. 6). Los pobres y los débiles confían en Dios porque sólo Él posee “los pilares de la tierra”, sólo Él permite que el mundo no se hunda en el caos. Todo le pertenece a Él, incluso la vida y la muerte. En el Deuteronomio se lee: “Mira: Del Señor tu Dios son los cielos y los cielos de los cielos, la tierra y cuanto hay en ella [ ... ] porque el Señor vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, fuerte y terrible, que no es parcial ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama al forastero y le da pan y vestido” (10, 14.17-18). En el canto de Ana aparece ese hilo rojo que atraviesa toda la Escritura: el amor privilegiado de Dios por los pobres y los débiles. Este canto, que expresa la alegría de una mujer estéril y de la que todos se burlan a la que Dios hace feliz, va más allá de ella y expresa la lógica misma del actuar de Dios y la alegría de los pobres y de todos los que se confían en Él. Este cántico será retomado casi a la letra por María en el “magnificat” y con ella se convierte también en el cántico de la Iglesia y de todo creyente que se confía a Dios.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.