ORACIÓN CADA DÍA

Te Deum
Palabra de dios todos los dias

Te Deum

Agradecimiento al Señor por el año transcurrido.
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Libretto DEL GIORNO
Te Deum
Sábado 31 de diciembre

Te Deum

Te celebramos, Dios nuestro,
te proclamamos Señor,
toda la tierra te adora,
eterno Padre.

Todos los espíritus celestes,
los ángeles y las potestades,
los querubines y los serafines,
aclaman con cantos sin fin:

Santo,
Santo,
Santo es el Señor, Dios del universo:
el cielo y la tierra
están llenos de tu gloria.

A ti el glorioso orden de los apóstoles,
el admirable coro de los profetas,
el espléndido ejército de los mártires
cantan tu alabanza.

De ti, en toda la tierra,
la santa Iglesia proclama:
Padre de inmensa majestad,
único Hijo y Espíritu Santo.

Tú, el rey de la gloria, oh Cristo,
Tú, el Hijo eterno del Padre,
queriendo liberar al hombre,
no te avergonzaste del cuerpo de María.

Con la muerte has vencido toda muerte,
resucitando has abierto tu reino.
Te sientas a la derecha de Dios,
en la gloria del Padre,

y vendrás como juez
al final de los tiempos.
Te pedimos, ayuda a tus siervos,
que has redimido con la sangre preciosa.

Concédenos la gloria eterna
junto a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor,
bendice tu heredad,

guía a todos tus siervos
y acógeles en tu reino.
Cada día te bendecimos
y alabamos por siempre tu nombre.

Dígnate en este santo día
custodiarnos del pecado,
oh Señor, que amas a todos los hombres,
ten piedad de nosotros.

Que descienda sobre nosotros tu compasión,
en ti hemos esperado.
En ti hemos depositado toda esperanza:
Nunca más seremos defraudados.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.