ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por los enfermos.
Recuerdo de los santos Basilio el Grande (330-379), obispo de Cesarea y padre del monaquismo en Oriente, y Gregorio de Nacianzo (330-389), doctor de la Iglesia y patriarca de Constantinopla.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 2 de enero

En la Basílica de Santa María en Trastevere se reza por los enfermos.
Recuerdo de los santos Basilio el Grande (330-379), obispo de Cesarea y padre del monaquismo en Oriente, y Gregorio de Nacianzo (330-389), doctor de la Iglesia y patriarca de Constantinopla.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 97 (98), 1-4

1 Salmo.
Cantad a Yahveh un canto nuevo,
porque ha hecho maravillas;
victoria le ha dado su diestra
y su brazo santo.
2 Yahveh ha dado a conocer su salvación,
a los ojos de las naciones ha revelado su justicia;
3 se ha acordado de su amor y su lealtad
para con la casa de Israel.
Todos los confines de la tierra han visto
la salvación de nuestro Dios.
4 ¡Aclamad a Yahveh, toda la tierra,
estallad, gritad de gozo y salmodiad!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El salmo 97 hace “Cantar al Señor un nuevo canto, porque ha obrado maravillas” (v. 1). Es la alegría que el salmista expresa inspirándose probablemente en una gran victoria obtenida por Israel. No sabemos de cuál se trata, pero lo cierto es que ha sido una victoria tan importante que constituye para Israel una prueba de la realeza del Señor sobre la historia de los hombres y sobre el mundo. A partir de su amor por Israel. El salmista canta la fidelidad del amor del Señor por su pueblo: “se ha acordado de su amor y su lealtad para con la casa de Israel” (v. 3). Es una alabanza a la fidelidad del amor de Dios. El salmista no canta la fidelidad de Israel sino la de Dios. La fe del hombre de la Biblia reside en el Señor que no abandona nunca a su pueblo, que no lo deja a merced de las fuerzas enemigas. No lo abandona incluso cuando es Israel el que se aleja traicionando al Señor con otros dioses o bien simplemente fiándose sólo de sí mismo y de sus certezas. Es una historia que todos conocemos bien, personalmente. ¡Cuántas veces olvidamos la Palabra del Señor para seguir sólo nuestros pensamientos, nuestras tradiciones! El Señor no nos abandona nunca. La Liturgia de este día pone en nuestros labios este salmo para cantar la “maravilla” del nacimiento de Jesús. Él es la victoria sobre el mal, el que ha derrotado definitivamente el mal. En el lenguaje bíblico, la invitación a cantar un canto “nuevo”, quiere decir el canto último, el canto del tiempo final, cuando el Señor “gobernará” el mundo con justicia. Las maravillas que el Señor ha realizado, las ha hecho delante de todos: ha revelado su justicia a los pueblos y todos los confines de la tierra han podido ver la salvación: “El Señor ha dado a conocer su salvación, ha revelado su justicia a las naciones” (v. 2). Es una invitación a extender la mirada al mundo entero para que Israel comprenda la vocación de ser testigo del amor de Dios para todos los pueblos, para toda la tierra: “Los confines de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios” (v. 3). Para nosotros, cristianos, la Navidad del Señor en medio de nosotros, aunque haya sucedido en una lejana periferia del Imperio, aunque tenga el rostro de un Niño, es un acontecimiento que se refiere a toda la historia humana, a toda la creación. El salmista nos ayuda a invitar a la tierra misma a cantar al Señor: “¡Aclama al Señor, tierra entera, gritad alegres, gozosos, cantad!” (v. 4). Nos unimos a todos los pueblos y a toda la tierra para alegrarnos con el canto de los ángeles en la noche de navidad: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace” (Lc 2,14).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.