ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 12 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 94 (95), 6-11

6 Entrad, rindamos homenaje inclinados,
  ¡arrodillados ante el Señor que nos creó!

7 Porque él es nuestro Dios,
  nosotros somos su pueblo,
  el rebaño de sus pastos.
  ¡Ojalá escuchéis hoy su voz!:

8 «No seais tercos como en Meribá,
  como el día de Masá en el desierto,

9 allí vuestros padres me probaron,
  me tentaron aunque vieron mis obras.

10 Cuarenta años me asqueó esa generación,
  y dije: Son gente de mente desviada,
  que no reconocen mis caminos.

11 Por eso juré en mi cólera:
  ¡No entrarán en mi reposo!»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El salmo 94 se abre con la invitación a una procesión festiva y llena de cantos para presentarse ante el Señor: “Venid, cantemos gozosos al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva” (v. 1). La alegría viene dada por la grandeza de Dios que no sólo ha creado el mundo sino que sigue sosteniéndolo cada día. El salmista canta el poder del Señor porque “él sostiene las honduras de la tierra, suyas son las cumbres de los montes” (v. 4). La creación no es un gesto de un pasado lejano. Dios no ha creado el mundo para abandonarlo después a su destino; lo tiene firmemente en sus manos. Por esto el salmista invita a los creyentes a postrarse ante Dios: “Entrad, rindamos homenaje inclinados, ¡arrodillados ante el Señor que nos creó!” (v. 6). Nuestra fragilidad no debe asustarnos. Es indispensable reconocerla, pero no para permanecer esclavos de una situación humillante. Nuestra verdadera grandeza está en ser amados por Dios. Y nuestra salvación está en ser acogidos en su pueblo. Es en la alianza entre Dios y su pueblo donde se realiza nuestra salvación. Es verdaderamente estupefaciente lo que el Señor sigue haciendo todavía hoy por nosotros. El Creador sigue eligiéndonos, a pesar de nuestra pequeñez, de nuestra fragilidad y de nuestras debilidades. Él quiere hacer de nosotros su herencia. El creador del cielo y de la tierra se ha inclinado ante nosotros para hacernos colaboradores de su diseño de salvación. No lo ha hecho porque lo necesitase. Lo ha hecho sólo por amor. Y ser elegidos por él significa que Dios no podrá nunca estar contra Israel. La liturgia festiva que el salmo está cantando se interrumpe de improviso y los fieles son invitados a escuchar: “No seais tercos como en Meribá, como el día de Masá en el desierto” (v. 8). El episodio de Masá (tentación) y Meribá (protesta) se narra en el Éxodo 17,1-7. El pueblo de Israel, carente de agua, protesta. No reza (como hará sin embargo Moisés), sino que protesta. Y de la protesta se pasa a la murmuración: “¿Por qué nos has sacado de Egipto?”. No se pone en discusión una parte del “credo” de Israel, sino todo, es decir, la fe en la fidelidad del amor de Dios. La interrogación de los judíos en Meribá aparece en otros pasajes de la Biblia y vuelve a emerger en todo momento en que deben afrontar obstáculos y dificultades. Sin embargo, nunca jamás han faltado las pruebas del amor de Dios. La voz severa que advierte “¡No entrarán en mi reposo!” (v. 11) no se dirige a hombres fuera del templo, sino a personas que, dentro, están cantando al Señor. Quizá su corazón está lejos de lo que sale de sus labios. ¡Cuántas veces los creyentes tienen el corazón lejos de Dios! Es una acusación que vuelve en todo tiempo, también hoy. El salmo nos recuerda que sólo escuchando la Palabra de Dios y abandonándose a ella el creyente encuentra su salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.