ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Antonio abad (+356). Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 17 de enero

Recuerdo de san Antonio abad (+356). Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 110 (111), 1-2.4-5.9-10

1 Doy gracias al Señor de todo corazón,
  en la reunión de los justos y en la comunidad.

2 Grandes son las obras del Señor,
  meditadas por todos que las aman.

4 De sus proezas dejó un memorial.
  ¡Clemente y compasivo Señor!

5 Dio de comer a quienes lo honran,
  se acuerda por siempre de su alianza.

9 Envió la redención a su pueblo,
  determinó para siempre su alianza;
  santo y temible es su nombre.

10 Principio del saber es temer al Señor;
  son cuerdos los que lo practican.
  Su alabanza permanece para siempre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El salmo expresa la oración de un creyente. Pero no es un creyente aislado. Él reza en medio de la asamblea. Y da gracias al Señor por las obras que ha realizado en favor de su pueblo para su salvación. Son las obras concretas que Dios ha realizado para salvar a Israel de la esclavitud hasta conducirlo a una tierra donde habitar. El creyente contempla estas obras de Dios, las medita, las gusta y descubre en ellas la fuerza del amor sin límites de Dios. Mirándolas dice que son grandes, bellas, espléndidas, poderosas, verdaderas y justas. Y no podía ser de otra manera porque Dios las ha realizado con compasión y ternura, con justicia y verdad. ¡Cuántas veces, sin embargo, nuestras obras, sobre todo las que se refieren al servicio al Evangelio, a los pobres y a los hermanos, están descuidadas porque se realizan sin amor! Contemplemos las obras de Dios para imitar y celebrar su pasión y su amor. El creyente lo hace públicamente, ante los justos, ante los que buscan y meditan (drs) las obras de Dios y encuentran en ello placer (v. 2). Su corazón es arrollado por el estupor por cuanto Dios ha realizado y canta: “Doy gracias al Señor de todo corazón” (v. 1). Sí, no se pueden cantar las obras del Señor sin un estupor profundo, sin que nos toquen en el corazón. Por lo demás, Dios mismo ama al hombre con todo su corazón. El salmista hace referencia a la obra de Pascua, al memorial por excelencia: “De sus proezas dejó un memorial” (v. 4). Esta celebración era rica en gestos evocativos: se recordaba la partida de Egipto pero sobre todo se celebraba la libertad conseguida y la certeza de la libertad definitiva. Después llegó la otra gran obra del don de la ley: “son leales todos sus mandatos, válidos para siempre jamás” (vv. 7-8). Israel ha considerado siempre la ley como un don decisivo para su propia existencia. Sabía bien que no se trataba de prohibiciones impuestas sino de preciosas y sabias indicaciones para no volver a ser esclavos del pecado y permanecer fieles a la alianza. La observancia de la ley, en efecto, no era otra cosa que la respuesta a la alianza: como Dios mismo se había implicado con todo su poder en la historia de Israel, de la misma manera Israel debería corresponder con el Señor. El salmista recuerda que “Principio del saber es temer al Señor” (v.10). Y el temor no es miedo sino respeto, obediencia, confianza y abandono. Temer a Dios significa confiar en él sin reservas y con serenidad. Esto, nos recuerda el salmista, es el corazón de toda sabiduría.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.