ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en Europa y en las Américas.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 24 de enero

Oración por la unidad de los cristianos. Recuerdo especial de las comunidades cristianas en Europa y en las Américas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 39 (40), 2-3.7-8.10-11

2 Yo esperaba impaciente al Señor:
  hacia mí se inclinó
  y escuchó mi clamor.

3 Me sacó de la fosa fatal,
  del fango cenagoso;
  asentó mis pies sobre roca,
  afianzó mis pasos.

7 No has querido sacrificio ni oblación,
  pero me has abierto el oído;
  no pedías holocaustos ni víctimas,

8 dije entonces: «Aquí he venido».
  Está escrito en el rollo del libro.

10 He proclamado tu justicia
  ante la gran asamblea;
  no he contenido mis labios,
  tú lo sabes, Señor.

11 No he callado tu justicia en mi pecho,
  he proclamado tu lealtad, tu salvación;
  no he ocultado tu amor y tu verdad
  a la gran asamblea.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia, que hace algunos días nos ha hecho rezar con los últimos versículos del salmo 39, pone hoy en nuestros labios las primeras estrofas del salmo. El creyente da gracias al Señor porque él ha venido en su ayuda mientras se encontraba en peligro de muerte. Ha rezado al Señor con insistencia y él ha venido a salvarlo. Cuando el salmista insiste en decir “Yo esperaba impaciente al Señor”, quiere subrayar que la esperanza en el Señor es bien respondida. El Señor nunca defrauda a quien espera en él. En efecto, el salmista continúa: “hacia mí se inclinó y escuchó mi clamor” (v. 2). El Señor es un padre bueno que está atento al grito de los hijos, los escucha y se inclina de inmediato para socorrerles. Esta solícita misericordia de Dios hace brotar del corazón del creyente un “cántico nuevo”. El salmista, como queriendo subrayar la primacía de la misericordia de Dios, deja a Dios la iniciativa: “Puso en mi boca un cántico nuevo, una alabanza a nuestro Dios” (v. 4). El creyente ha puesto sólo en Dios su confianza, “no se va con los rebeldes que andan tras los ídolos” (v. 5). Toda idolatría está prohibida. Sólo Dios es el Señor de su vida. Esta es la fe del creyente bíblico: no es una cuestión de ritos y reglas, sino de corazón, de confianza, de abandono en Dios. Por esto el salmista puede decir: “No has querido sacrificio ni oblación, … no pedías holocaustos ni víctimas” (v. 7). El creyente comprende que la fe no proviene de ritos sacrificiales sino de la escucha de Dios. Por esto el salmista canta: “me has abierto el oído”, ha escuchado la Palabra del Señor y de inmediato la respuesta: “dije entonces: «Aquí he venido»” (v. 7). En estas breves frases aparece la dimensión interior de la fe bíblica, una fe que plasma el corazón e ilumina las actitudes. Es una fe interior pero no privada. El creyente siente la necesidad de dar testimonio en la asamblea del amor que recibido de su Señor: “He proclamado tu justicia ante la gran asamblea; no he contenido mis labios, tú lo sabes, Señor” (v. 10). Sí, el testimonio público del amor del Señor es parte esencial de la fe bíblica. En efecto, el Señor no salva de forma individual, a los unos separados de los otros. El Señor salva reuniéndonos a todos en un pueblo, liberándonos de las cadenas de la soledad y de la muerte. El pueblo de los salvados por Dios, y podemos unir a la vez a Israel y a la Iglesia, está llamado a dar testimonio al mundo, cada uno según sus propias formas, de que el amor transforma los corazones y reúne a los dispersos. Por esto el creyente canta: “No he callado tu justicia en mi pecho” (v. 11). Es parte de la fe ser testigos visibles del amor de Dios por todos los hombres, sin explosión de nadie: “no he ocultado tu amor y tu verdad a la gran asamblea” (v. 11) canta el salmista. El Señor confía a toda la asamblea la misión de mostrar al mundo la fuerza transformadora de su amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.