ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias

Oración por los enfermos

En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por los enfermos Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos
Lunes 6 de febrero

En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por los enfermos


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 103 (104), 1.5-6.10.12.24.35

1 ¡Bendice, alma mía, al Señor!
  ¡Señor, Dios mío, qué grande eres!
  Vestido de esplendor y majestad,

5 Sobre sus bases posaste la tierra,
  inconmovible para siempre jamás.

6 Como un ropaje la cubría el océano,
  sobre los montes persistían las aguas;

10 A los valles envías manantiales,
  que van discurriendo por vaguadas;

12 junto a ellos habitan las aves,
  que entonan su canto entre la fronda.

24 ¡Cuán numerosas tus obras, Señor!
  Todas las hiciste con sabiduría,
  de tus creaturas se llena la tierra.

35 ¡Desaparezcan los pecadores de la tierra,
  nunca más existan los malvados!
  ¡Bendice, alma mía, al Señor!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia nos hace cantar algunos versículos del salmo 103. Es una especie de cántico de las criaturas. Ante la belleza de la creación el salmista contempla al Creador: “¡Bendice, alma mía, al Señor! ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad, te arropa la luz como un manto” (v. 1). El poder del Señor viene descrito con un lenguaje cosmológico: su manto es la luz, extiende el cielo como una tienda, ha puesto la tierra sobre sus cimientos, a los ríos en sus senderos, al océano le ha marcado un límite insuperable, mira la tierra y la hace temblar, toca los montes y echan humo. Aunque la liturgia nos marca sólo unos pocos versículos, emerge en ellos la descripción de la variedad de las criaturas y de la relación que entre ellas ha establecido el Señor: los manantiales y los arroyos se unen para permitir a las bestias del campo beber en ellos, la hierba está pronta para los ganados, el sol y la luna se turnan para señalar las estaciones, los cedros se elevan para que la cigüeña pongo en ellos su nido. La creación –según el salmista- no es una masa informe, sino una densísima trama de relaciones, de servicios recíprocos, de dones que se intercambian. Viene a la mente la encíclica Laudato si del Papa Francisco. El creyente queda embelesado ante la variedad de dones de Dios, la dedicación que muestra por todos los vivientes: “A los valles envías manantiales, que van discurriendo por vaguadas” (v. 10). El estupor por la belleza de la creación y por la grandeza de Dios se transforma en gratitud porque continúa sosteniendo y dirigiendo lo que ha creado, hasta el punto de que “si escondes tu rostro, desaparecen, les retiras tu soplo y expiran, y retornan al polvo que son” (v. 29). El orden en la creación se debe a la fidelidad de Dios: “Todos ellos esperan de ti que les des su comida a su tiempo; se la das y ellos la toman, abres tu mano y se sacian de bienes” (vv. 27-28). El Señor quiere que la creación se alegre: las aves cantan entre las frondas de los árboles, en el océano juegan los monstruos marinos (v. 26), al hombre Dios le da el pan que lo sostiene y el vino que lo alegra (v. 15). Ciertamente Dios ha realizado la creación para su regocijo (v. 31), pero también para el del hombre (v. 34), a quien mira con solicitud y ternura: “Cuando sale el sol, el hombre sale a su trabajo, para hacer su faena hasta la tarde” (v. 23). La atención del salmista se centra en Dios, que tiene su mirada vuelta hacia las criaturas: “Envías tu aliento, son creados, y renuevas la faz de la tierra” (v. 30). Se invita al hombre a mirar con la misma mirada de Dios durante la creación: “Y vio Dios que estaba bien” (Gn 1). El salmo termina con una amenaza, que puede sorprender pero que revela el plan de Dios: “¡Desaparezcan los pecadores de la tierra, nunca más existan los malvados!” (v. 35). El mal existe, y el hombre debe combatir junto a Dios para eliminarlo. La sabiduría del Eclesiástico comenta: “Una cosa confirma la excelencia de otra, ¿quién puede cansarse de contemplar su gloria? … Podríamos decir mucho más y nunca acabaríamos. Mi conclusión es ésta: «Él lo es todo.» ¿Dónde hallar fuerza para glorificarle? ¡Él es más grande que todas sus obras!” (42, 25; 43, 27-28).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.