ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 13 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 49 (50), 1-8.16-17.20-21

1 Habla el Señor, Dios de los dioses:
  convoca a la tierra de oriente a occidente.

8 No te acuso por tus sacrificios,
  ¡están siempre ante mí tus holocaustos!

16 Pero al malvado Dios le dice:
  «¿A qué viene recitar mis preceptos
  y ponerte a hablar de mi alianza,

17 tú que detestas la doctrina
  y a tus espaldas echas mis palabras?

20 Te sientas a hablar contra tu hermano,
  deshonras al hijo de tu madre.

21 Haces esto, ¿y he de callarme?
  ¿Piensas que soy como tú?
  Yo te acuso y te lo echo en cara.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El salmista imagina a Dios interviniendo en una asamblea, tal vez en el templo, porque tiene algo que decir y que ya no puede callar. Ve comportamientos que no puede soportar más. Escribe el salmista: “Habla el Señor, Dios de los dioses: convoca a la tierra de oriente a occidente” (v. 1). Y más adelante: “Escucha, pueblo mío, voy a hablar, Israel, testifico contra ti, yo, Dios, tu Dios” (v. 7). Dos son los comportamientos de su pueblo que Dios no soporta, tanto lo ofenden. El primero es el culto que no nace del corazón: “No tomaré novillos de tu casa, ni machos cabríos de tus apriscos, pues son mías las fieras salvajes, las bestias en los montes a millares… Si hambre tuviera, no te lo diría, porque mío es el orbe y cuanto encierra” (vv. 9-12). El Señor, que ama a su pueblo de forma gratuita, no soporta que se trate de “comprarlo” con los ritos y las ofrendas. El Señor quiere el amor de sus hijos, y por ello repite: “Yo, Dios, tu Dios” (v. 7). Ante Él sólo podemos recibir, no necesita nada de nuestra parte. Debemos acoger, no dar; depender, no pagar; obedecer, no exigir. Por tanto el verdadero culto es dar gracias al Señor (v. 14), invocarlo en la angustia y honrarlo todos los días de nuestra vida, como sugerirá también el apóstol Pablo en la carta a los Romanos (12, 1-2). El otro comportamiento que Dios no soporta es el de profesar la fe con las palabras y después desmentirla con la vida. Sobre esta segunda contradicción el salmista es severo. Afirma que la distancia entre las palabras y las obras no es simplemente una cuestión de poca fe, sino de verdadera impiedad: “¿A qué viene recitar mis preceptos y ponerte a hablar de mi alianza, tú que detestas la doctrina y a tus espaldas echas mis palabras?” (vv. 16-17). Se pueden observar normas y ritos con un corazón que en lo más profundo los traiciona; es la tentación de fingir ante Dios, y no la humildad de depender de Él y de su amor. De ese modo se puede alabar al Señor, conocer sus mandamientos, y después desmentirlos con la vida (vv. 16-21). En esta actitud no hay sólo una carencia de buena voluntad, sino una verdadera tergiversación de Dios, considerado como un amo al que se complace con alabanzas dirigidas a Él pero que permanece indiferente a las relaciones humanas. El señorío de Dios, por el contrario, se reconoce en las obras concretas que brotan de un corazón que cree. La enseñanza evangélica retomará con claridad este tema y hará de él un signo distintivo de los discípulos de Jesús. Es algo que hunde sus raíces en el corazón mismo de Dios. De hecho el Señor muestra su distancia respecto a este modo de actuar: “¿Piensas que soy como tú?” (v. 21).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.