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Memoria de la Iglesia
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Memoria de la Iglesia

Recuerdo de Shabbaz Bhatti, Ministro para las Minorías en Pakistán, cristiano, asesinado en 2011 por los terroristas por su compromiso en la búsqueda de la paz y del diálogo.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 2 de marzo

Recuerdo de Shabbaz Bhatti, Ministro para las Minorías en Pakistán, cristiano, asesinado en 2011 por los terroristas por su compromiso en la búsqueda de la paz y del diálogo.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 9,22-25

Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.» Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El episodio del Evangelio de Lucas, junto al del Deuteronomio (30, 15-20) que se lee como primera lectura de la misa de hoy, nos sitúan en el camino de este tiempo cuaresmal. El pasaje del Deuteronomio, que nos refiere una parte del tercer discurso de Moisés al pueblo de Israel, pone ante nosotros dos caminos, el del bien y el del mal. El Señor tiene un gran respeto por nuestra libertad: no nos obliga al bien, nos lo propone porque el bien puede ser sólo fruto del amor. Nos dice: “Yo pongo hoy delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal”. Sí, la vida consiste en amar, mientras que la muerte en seguir el mal. De hecho advierte a los que se alejan de Dios y de sus mandamientos: “Yo os declaro hoy que pereceréis sin remedio”. En este tiempo es bueno reflexionar sobre esta responsabilidad que cada uno de nosotros tiene ante sí: elegir la senda del bien o la del mal. También Jesús vuelve sobre este tema en el pasaje evangélico que hemos escuchado, y dice: “Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará”. De forma natural todos nosotros tratamos de pensar en nosotros mismos, de salvarnos de toda dificultad, de todo problema o angustia; pensamos sobre todo en nosotros y en nuestra propia afirmación. Es el instinto malvado del amor por uno mismo, arraigado en el corazón de todo hombre. Ese instinto, que nos empuja a pensar sólo en nosotros, viene acompañado del desinterés por los demás, y a menudo incluso de la hostilidad hacia ellos, sobre todo cuando les percibimos como posibles enemigos. Jesús advierte: “¿De qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?”. La sed de ganancias a cualquier precio parece una fiebre que no nos abandona nunca, una fiebre continua que sin embargo nos lleva a la ruina. ¡Cuántas vidas son sacrificadas en el altar de los beneficios! ¡Cuántas familias, cuántas relaciones se consumen para dar la primacía a las ganancias! Jesús enseña otro camino, y no con las palabras sino con el ejemplo: él se dirige a Jerusalén para salvarnos, para amarnos, a pesar de que esta elección conlleva también el sufrimiento y la muerte. Pero “al tercer día” resucitará a una vida nueva y plena. Jesús no es un Mesías poderoso y fuerte como querrían los hombres; él ha venido para dar su vida en rescate por todos. Su fuerza no es la de los hombres sino la del amor que no conoce límites, ni siquiera el límite del amor a sí mismo. Y dirigiéndose a todos los que lo siguen explica cuáles son las exigencias del seguimiento del Evangelio: alejarse del propio egoísmo, renunciar al amor sólo por uno mismo, abandonar las costumbres egocéntricas de siempre y asumir el estilo de vida de Jesús, es decir, no vivir ya para sí mismo sino para el Señor y para los demás. Éste es el sentido de la exhortación “negarse a sí mismo y tomar la propia cruz”. Es el camino de los verdaderos beneficios: quien quiere conservar su vida, es decir, sus propias costumbres y tradiciones egocéntricas, la perderá. La salvación no consiste en tener muchas cosas sino en tener un corazón grande y en apasionarse por el Evangelio.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.