ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 3 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 9,14-15

Entonces se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mientras damos los primeros pasos del camino cuaresmal, la Palabra de Dios nos recuerda que el verdadero camino es el del corazón, el camino del cambio de la propia alma. No se trata simplemente de poner en práctica algunas prácticas exteriores y nada más. En el pasaje del profeta Isaías (58, 1-9) que se lee como primera lectura de la misa, hay una violenta denuncia del formalismo religioso hecho de prácticas y de ritos pero carente de la misericordia del corazón. Dice el Señor: “¿No será éste el ayuno que yo elija?: deshacer los nudos de la maldad, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo. ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora”. El ayuno que el Señor quiere es el del propio egoísmo, para convertir el corazón a él y al amor por los más pobres. El Evangelio de Mateo que hemos escuchado nos habla del ayuno y nos explica su sentido profundo. Los discípulos de Juan, que llevaban una vida más austera que la de los seguidores de Jesús, preguntan el porqué de aquella alegría suya. En efecto, la mera presencia de Jesús entre la gente creaba un clima de fiesta, de esperanza, en definitiva, de extraordinaria alegría, y los discípulos estaban verdaderamente contentos de estar con él y de compartir su vida. El seguimiento de Jesús no es un camino triste basado en las privaciones y la penitencia, sino exactamente lo contrario, de lo cual se percataron los discípulos de Juan hasta el punto de escandalizarse. Pero Jesús explica que estar con él es como la fiesta que se hacía en las bodas al llegar el novio. Sí, había llegado en medio de los débiles y de los pobres aquel que liberaba de toda esclavitud y de toda tristeza. Jesús advierte sin embargo que la llegada del reino conlleva también la lucha contra el mal, y que –como sucede en toda batalla- no faltarán momentos difíciles. Surgirán opositores que tratarán por todos los medios de acusar y de abatir a los discípulos que anuncian el Evangelio. Pero es necesario en cualquier caso vestirse de fiesta y beber el vino de la misericordia: esto nos hará fuertes incluso en los momentos difíciles.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.