ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 9 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 7,7-12

«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al llama, se le abrirá. ¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan! «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Jesús, tras habernos regalado el “Padre nuestro”, vuelve a insistir sobre la eficacia de la oración, y lo hace de forma muy clara: “Pedid y se os dará”. Jesús sabe bien que es fácil dejarse desviar por la duda y la incertidumbre, y nos exhorta a no dudar del Señor y de su amor. Somos sus hijos y Él está atento como un padre a nuestra oración. Para hacernos comprender bien esta enseñanza la ejemplifica con una imagen fácilmente comprensible: ¿puede un padre permanecer sordo a la llamada de sus hijos? Pero viendo quizá la mirada todavía incrédula de los discípulos, Jesús sigue insistiendo para alejar toda incertidumbre: “Todo el que pide recibe; el que busca, halla”. Esta convicción –es importante señalarlo- no se basa en la calidad de nuestra oración (por supuesto necesaria) sino en la bondad y la misericordia sin límites de Dios. Jesús continúa presentando a Dios como un padre cariñoso que obviamente no puede hacer otra cosa que dar cosas buenas a sus hijos. Señala que, si los padres de la tierra no dan piedras en lugar de panes, ¡cuánto más el Padre celestial, verdaderamente bueno, cuidará y protegerá a sus hijos! El pasaje evangélico se cierra con una norma –llamada la “regla de oro”- presente también en otras tradiciones religiosas: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos”. Estas palabras, vividas en primera persona por Jesús, adquieren la novedad de un amor que no conoce límites: él nos ha donado su amor sin exigir nada a cambio por parte nuestra. Es la regla de oro de la vida de cada día.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.