ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 11 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Mateo 5,43-48

«Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El amor, el primero de los mandamientos, es el corazón de la vida del discípulo y de la Iglesia. Las palabras simples pero profundas de Jesús demuestran bien que ésta es la verdadera forma de ser sabios, no el dejarse guiar por el odio y la venganza, sentimientos y actitudes que por desgracia se encuentran presentes en el instinto de cada uno de nosotros. Jesús llega a pedir a sus discípulos que amen incluso a sus enemigos. Él mismo será el primero en vivir una novedad tan revolucionaria: desde lo alto de la cruz reza por sus verdugos. Un amor así no viene de los hombres, ni tampoco surge naturalmente de nuestros corazones: viene de lo alto, de aquel Señor del cual Jesús dice que hace salir el sol sobre justos e injustos, sin hacer diferencias. Ninguno de nosotros se merece ser amado por sus méritos. El Señor nos da su amor gratuitamente, sin que lo merezcamos, para poder pedir a los discípulos: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Si acogemos su amor caminaremos por la vía de la perfección misma de Dios. En un tiempo en el domina la lógica de la contraposición y de búsqueda del enemigo, la exhortación a amar a los enemigos aparece como totalmente revolucionaria. Y sin embargo es liberadora. Esta palabra evangélica nos libera de la búsqueda del enemigo y de cualquiera al que oponerse, lo que se ha convertido en una especie de pensamiento único. Jesús sabe bien que la vida está hecha también de relaciones difíciles, en las que el encuentro con el otro degenera a menudo en un desencuentro; sabe que las enemistades son fáciles entre los hombres. Precisamente para romper esta cadena infernal Jesús propone una exhortación que nadie se ha atrevido nunca a pronunciar: “Amad a vuestros enemigos”. Sólo así el amor vence de verdad. El Evangelio no niega la complejidad de la vida; lo que niega es que la lógica del enfrentamiento sea la única que regule las relaciones, y sobre todo que sea inevitable. También porque el que hoy es un enemigo puede volver a ser o convertirse en un amigo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.