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Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 20 de marzo

En la Basílica de Santa María in Trastevere se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 4,24-30

Y añadió: «En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.» «Os digo de verdad: Muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, y hubo gran hambre en todo el país; y a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, y ninguno de ellos fue purificado sino Naamán, el sirio.» Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Evangelio que hemos escuchado comienza con la frase de Jesús a sus convecinos de Nazaret: “Ningún profeta es bien recibido en su patria”, y lo afirma porque lo está experimentando él en primera persona. ¿Por qué los nazarenos no acogen su palabra? La respuesta es simple: tienen el corazón colmado de orgullo y están llenos de sí mismos; no podían aceptar que uno de sus vecinos pudiera hablar con autoridad a sus corazones. No quedaba espacio para nadie más que para sí mismos. Sólo quien es humilde y necesitado está dispuesto a acoger la palabra de Jesús. Si uno está saciado de sí mismo o de sus convicciones ni pide ni escucha; se queda donde está, consigo mismo. El ejemplo de Elías, que de entre todas las viudas acude sólo a la de Sarepta, y el caso del profeta Eliseo, que cura únicamente a Naamán el sirio, muestran el modo de actuar de Dios. El Señor envía sus profetas a todos, pero en general sólo los pobres y los débiles, y todos los que se dejan tocar el corazón, escuchan sus palabras. En efecto, después de que Jesús explicara las Escrituras refiriéndolas a sus obras como provenientes de lo Alto, los nazarenos se rebelan y tratan de arrojarlo por un precipicio. Es lo que sucede cada vez que cerramos la puerta del corazón a las palabras evangélicas, cada vez que las consideramos ajenas a nosotros o demasiado exigentes, y por tanto inaplicables. Se repite entonces la escena dramática de Nazaret: lanzar por el precipicio de nuestro orgullo la invitación a cambiar el corazón y a acoger a Jesús como el verdadero amigo de nuestra vida, nuestro único Salvador.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.