ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 23 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Lucas 11,14-23

Estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que, cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron. Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios.» Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?.. porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos.» «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El texto de la primera lectura de la misa, extraído del profeta Jeremías (7, 23-28), pertenece a su tercer oráculo contra el culto practicado sin un corazón fiel al Señor y a sus enseñanzas. El Señor se siente afligido por la obstinación de su pueblo de permanecer lejos de él: “Ha perecido la lealtad, ha desaparecido de su boca”. Jeremías, que debía hablar en nombre de Dios, tuvo que anunciar la derrota de Israel y su deportación a Babilonia. El Señor libraría después a Israel y lo conduciría de nuevo a su tierra. Esta página de Jeremías preanuncia las dificultades que Jesús mismo debió afrontar a causa de su predicación. Él no deja de luchar contra el mal que esclaviza a los hombres. Un día, escribe Lucas, Jesús expulsaba un espíritu mudo de un hombre al que hacía incapaz de comunicarse con los demás. El diablo es verdaderamente –como indica el significado literal del término- el espíritu de la división, el que separa de los demás. Es el príncipe de la soledad que continúa todavía hoy esclavizando a los hombres. La incapacidad de comunicación es frecuente, y sucede entre personas, pueblos y naciones. Es de donde surgen las tensiones y los conflictos. El príncipe del mal continúa trabajando para que la enemistad crezca. Los discípulos están llamados a estar atentos y vigilantes para no ser cómplices de este infierno que crea conflictos y guerras. Las acusaciones vertidas contra Jesús llegan hasta un punto increíble. Sin embargo el mal no se resigna, y sigue actuando incluso cuando su obra destructora se hace evidente. Sólo el Señor hace el bien y difunde del amor, y por eso Jesús es el más fuerte, el que puede guardar la casa de la que habla el Evangelio. Y la casa es el corazón de cada uno de nosotros, que es puesto a prueba por las tentaciones, pero también la propia comunidad cristiana, constantemente hostigada por las fuerzas del mal. Sólo quien confía en el Señor puede derrotar el poder del mal y recoger, para sí y para todos, frutos de amor y esperanza.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.