ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 1 de abril

Himno

Queriendo ver la tumba de Lázaro, oh Señor,
tú que te preparabas para habitar la tumba,
has preguntado "¿dónde lo han puesto?",
y te enteras de lo que ya sabías,
gritas a aquel que amas:
"Lázaro, sal fuera!".

Aquél que había expirado te obedeció, Señor,
que donas a cada hombre el respiro.
Oh Señor, había muerto hacía cuatro días
y has venido a su tumba cerrada,
has derramado tus lágrimas sobre Lázaro,
porque tu amigo enfermo había muerto.

Bendito eres tú, Señor,
amigo de los hombres,
ten piedad de nosotros. (2)

Con tu voz la muerte fue legada,
Lázaro fue desatado de sus vendas de muerte.
Tus discípulos, viendo esto, están alegres,
y sus bocas se llenan de un himno de fiesta:
Bendito eres tú, Señor, amigo de los hombres,
ten piedad de nosotros.

Tu voz, Señor,
ha destruido la muerte,
tu potencia sana a quien está enfermo,
tu Palabra hace resurgir de entre los muertos
y Lázaro es la premisa
de nuestra salvación.

Bendito eres tú, Señor,
amigo de los hombres,
ten piedad de nosotros. (2)

Todo es posible para ti, Señor,
amigo bueno,
dona a tus siervos el perdón del pecado,
extiende sobre nosotros tu misericordia,
cura con tu amor
cada hombre enfermo.

Tomando contigo a los discípulos, oh Señor,
te has acercado a la tumba de Lázaro muerto,
y lo has llamado por su nombre a la vida,
lo has despertado de un sueño pesado,
y él salió desde la tumba por tu palabra,
con vendas de muerto de cuatro días y gritaba:

Bendito eres tú, Señor,
amigo de los hombres,
ten piedad de nosotros. (2)

Goza, ciudad de Betania,
tierra de Lázaro,
gocen, Marta y María, sus hermanas,
mañana viene el Cristo para dar la vida,
desata a cada hombre de sus vendas
de muerte y pecado.

Bendito eres tú, Señor,
amigo de los hombres,
ten piedad de nosotros. (2)

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.