ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Atanasio (+373), obispo de Alejandría.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 2 de mayo

Recuerdo de san Atanasio (+373), obispo de Alejandría.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 6,30-35

Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» Jesús les respondió:
«En verdad, en verdad os digo:
No fue Moisés quien os dio el pan del cielo;
es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios
es el que baja del cielo
y da la vida al mundo.» Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.» Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida.
El que venga a mí, no tendrá hambre,
y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Al término del pasaje evangélico anterior encontramos la pregunta que la gente le hace a Jesús: "¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?". Jesús les había reprochado que buscaran solo su satisfacción. Ante aquella pregunta, Jesús contesta: "La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado". No hay que hacer muchas cosas, como afirman los fariseos, sino una sola: creer en el enviado de Dios. Pero la gente le pregunta: "¿Qué signo haces para que viéndolo creamos en ti? ¿Qué obra realizas?". Frente al gran milagro de la multiplicación de los panes que ya se había producido, aquella petición parece injustificada y pretenciosa. En realidad, de aquel modo quieren obtener un signo aún más extraordinario que lo acredite precisamente como enviado de Dios. Tal vez querían que Jesús resolviera el problema del alimento no solo para las cinco mil personas que se habían beneficiado del milagro, sino para todo el pueblo de Israel tal como había pasado en el tiempo del maná. Y es que el recuerdo del maná permanecía vivísimo en la tradición de Israel y a menudo era recordado en los libros del Antiguo Testamento. Y con la llegada del Mesías esperaban que se repitiera aquel milagro. Jesús contesta que no fue Moisés quien dio el pan caído del cielo, sino que es el "Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo". Jesús, diciendo el "verdadero pan", interpreta el maná como signo del nuevo pan. Este nuevo pan, "el pan de Dios" que viene del cielo, es el mismo Jesús. Pero los que le escuchan todavía no han comprendido la profundidad de aquellas palabras; las interpretan a partir de sí mismos, de sus necesidades, de su instinto. No entienden lo que realmente quiere decir Jesús. Nos sucede lo mismo a nosotros cuando no llegamos a lo más profundo de las palabras evangélicas porque las escuchamos a partir de nosotros mismos y no a partir de lo que realmente quieren decirnos. Es la lectura "espiritual" de la Biblia, es decir, hecha en la oración. Hay que escuchar la Sagrada Escritura con un corazón que se deja tocar por el Señor. Sin la oración corremos el riesgo de tener delante de nosotros no al Señor que nos habla sino a nuestro "yo" que nos obstaculiza. Los discípulos hacen bien en pedir: "Señor, danos siempre de ese pan". Pero en realidad suena falsa, como el episodio de Nicodemo y el de la samaritana en el pozo. La incomprensión de los discípulos hace que Jesús afirme de manera firme y solemne: "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí no tendrá nunca sed". Podríamos decir que Jesús busca todas las figuras posibles para manifestarnos la grandeza de su amor por nosotros. Él es el pan verdadero, la vida verdadera, la verdad, la luz, la puerta, el buen pastor, la vid, el agua viva... es la resurrección.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.