ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 20 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 15,18-21

«Si el mundo os odia,
sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo,
el mundo amaría lo suyo;
pero, como no sois del mundo,
porque yo al elegiros os he sacado del mundo,
por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho:
El siervo no es más que su señor.
Si a mí me han perseguido,
también os perseguirán a vosotros;
si han guardado mi Palabra,
también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre,
porque no conocen al que me ha enviado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista Juan contrapone el amor que lo une a los discípulos y el "odio" que el mundo siente por ellos. Efectivamente, existe una inconciliabilidad profunda, radical, entre el amor gratuito que es propio del verdadero discípulo de Jesús y la lógica del mundo que busca siempre el beneficio o, cuanto menos, una contrapartida en cualquier situación. Eso no significa que debamos sentirnos extraños a la realidad que nos rodea o que debamos aspirar a separarnos totalmente de ella. Continuamos siendo ciudadanos de este mundo, pero tal como afirma la Carta a Diogneto, un antiguo documento cristiano, somos ajenos a la mentalidad del mundo y formamos parte de él al mismo tiempo, como peregrinos que caminan hacia la meta de una realidad distinta y mejor. Revisarnos escrupulosamente a nosotros mismos, revisar nuestras costumbres, nuestro modo de actuar acostumbrado y habitual a la luz de las enseñanzas del Señor es, pues, el único modo de entender de quién somos hijos: de él o de la mentalidad de este mundo. Solo si caminamos por la vía del amor evangélico seremos signo de contradicción para el mundo, no por una presunta originalidad nuestra, sino porque estaremos unidos a Jesús, a quien el Padre envió para atraernos a Él. Jesús llega a decir a los discípulos de entonces y de hoy: "Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi palabra, también la vuestra guardarán". El discípulo que vive el Evangelio se convierte en signo del Señor mismo. Quien lo acoge e imita su ejemplo, acoge e imita a Jesús mismo. Y quien desprecia al discípulo, desprecia a Jesús mismo. Eso es lo que le fue revelado a Pablo en el camino de Damasco. El Señor le dijo: "Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?". En esta pregunta vemos con claridad aquel fuerte vínculo que existe entre Jesús y los discípulos, incluidos nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.