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Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias

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Vigilia de Pentecostés
Festividad de san Carlos Lwanga, que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda (+1886).
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Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 3 de junio

Vigilia de Pentecostés
Festividad de san Carlos Lwanga, que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda (+1886).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 21,20-25

Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?» Viéndole Pedro, dice a Jesús: «Señor, y éste, ¿qué?» Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que este discípulo no moriría. Pero Jesús no había dicho a Pedro: « No morirá», sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga.» Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y que las ha escrito, y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero. Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy termina la lectura seguida del Evangelio de Juan que nos ha acompañado en este tiempo de Pascua. Y es la página final del cuarto evangelio. El evangelista acaba de indicar que Pedro vuelve a seguir a Jesús a orillas del lago de Tiberíades. Es un nuevo inicio para él. Y se basa en un amor más consciente y sólido. Pedro ha experimentado la amargura de la traición y la ambigüedad del orgullo. Ahora comprende mejor el amor que Jesús siente por él. Aunque lo haya traicionado, Jesús lo readmite ente los que le siguen, pero esta vez añade que en su futuro encontrará asperezas y dificultades. Esta vez Pedro no plantea dificultades, no se echa atrás y tampoco se deja llevar por un insensato orgullo. Solo mira atrás y ve a Juan. Entonces le pregunta a Jesús –quizás por instinto de compañía o de curiosidad– si a Juan le sucederá lo mismo. Jesús no contesta directamente a la pregunta de Pedro y le dice que lo importante es seguirle. Solo siguiendo el Evangelio nace en nosotros la verdadera preocupación por los demás. ¡Cuántas veces nos dejamos llevar por la curiosidad y por la envidia y dejamos de lado la verdadera preocupación por los demás que requiere amor y gran compasión! Solo estando al lado de Jesús y alimentándonos de su palabra podemos crecer en el amor apasionado por los demás. El mismo Juan quizás corrigió el rumor que se había difundido de que no había muerto. Y luego añade un nuevo epílogo a su Evangelio: «Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran». Podríamos comentar estas últimas palabras diciendo que el Evangelio espera que nosotros lo escribamos con nuestra vida y nuestro testimonio de amor. Sí, también a nosotros, como a Pedro, Jesús nos repite: «tú, sígueme».

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.