ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 15 de junio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 84 (85), 9-14

9 Escucharé lo que habla Dios.
  Sí, el Señor habla de futuro
  para su pueblo y sus amigos,
  que no recaerán en la torpeza.

10 Su salvación se acerca a sus adeptos,
  y la Gloria morará en nuestra tierra.

11 Amor y Verdad se han dado cita,
  Justicia y Paz se besan.

12 Verdad brota de la tierra,
  Justicia se asoma desde el cielo.

13 El Señor mismo dará prosperidad,
  nuestra tierra dará su cosecha.

14 Justicia marchará ante él,
  con sus pasos le abrirá camino.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy oramos con la segunda parte del Salmo 84. Es un salmo que refleja la alegría del momento de retorno del exilio babilonio: «Propicio has sido, Señor, con tu tierra, has cambiado la suerte de Jacob» (v. 2), aunque puede referirse a cualquier situación de retorno a una nueva vida tras calamidades como las guerras, las epidemias o las carestías. El pueblo de Israel en aquellos momentos ayunaba, se vestía con sacos y se echaba ceniza sobre la cabeza, porque pensaba que de ese modo el Señor borraría su pecado y daría a todos una vida llena de paz. El creyente sabe que Dios no le abandona. Todas las páginas de las Sagradas Escrituras narran la fidelidad y la bondad del Señor por su pueblo, incluso cuando este se aleja de la alianza para seguir a otros dioses. La fe de Israel se asienta en esta fidelidad inquebrantable de Dios. El Señor llega a borrar e incluso a olvidar el pecado de su pueblo: «Has quitado la culpa de tu pueblo, has cubierto todos sus pecados» (v. 3). El creyente sabe que Dios, en su amor fiel, guía la historia hacia la salvación, y dirigiéndose a Dios puede decirle: «Dios salvador nuestro» (v. 5). El pecado, efectivamente, no es más que intentar buscar la salvación fuera de Dios, mientras que la conversión es volver a confiar en Dios. Las palabras de este salmo cobran mucho sentido si nos fijamos en la triste situación actual del mundo, donde aumentan las obcecaciones, las desconfianzas, las injusticias y los conflictos. Y los creyentes escuchamos la exhortación del salmista: «Escucharé lo que habla Dios. Sí, el Señor habla de futuro para su pueblo y sus amigos, que no recaerán en la torpeza» (v. 9). Ahora más que nunca oímos el fragor de los conflictos. Por eso es necesario apresurar la llegada de la paz. El salmista nos da también a nosotros su visión: «Amor y Verdad se han dado cita, Justicia y Paz se besan; Verdad brota de la tierra, Justicia se asoma desde el cielo» (vv. 11-12). Hoy, por desgracia, parece que sucede justo lo contrario. Es rara la verdad –¡cuánta mentira hay!–, y más raro aún es el amor. E incluso cuesta pensar en el «beso» entre la justicia y la paz. Parece que crece cada vez más la distancia entre los ricos y los pobres, que son cada vez más pobres. Y es evidente que no es la «Gloria del Señor», la que habita en la tierra. Más bien parece que la tierra esté habitada por la dictadura de un materialismo que arrastra a los pueblos. Hace falta que los creyentes invoquen con insistencia la paz y que con generosa creatividad recorran los caminos del mundo para intentar desarmar a los violentos y para crear en todas partes encuentros de diálogo y puentes de paz. El salmista canta: «con sus pasos le abrirá camino» (v. 14). Que los creyentes sigan los pasos del Señor. Podríamos decir que el Señor nos ha confiado también a nosotros –con todas nuestras fragilidades, y también con toda su ayuda– el camino de la paz. Acojamos su invitación, sabiendo que en eso encontramos nuestra dicha, como dijo el mismo Jesús: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.