ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

En la Basílica de Santa Maria in Trastevere de Roma se reza por la paz.
Recuerdo de san Romualdo (+1027), anacoreta y padre de los monjes camaldulenses.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 19 de junio

En la Basílica de Santa Maria in Trastevere de Roma se reza por la paz.
Recuerdo de san Romualdo (+1027), anacoreta y padre de los monjes camaldulenses.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 97 (98), 1-4

1 Cantad al Señor un nuevo canto,
  porque ha obrado maravillas;
  le sirvió de ayuda su diestra,
  su santo brazo.

2 El Señor ha dado a conocer su salvación,
  ha revelado su justicia a las naciones;

3 se ha acordado de su amor
  y su lealtad para con la casa de Israel.
  Los confines de la tierra han visto
  la salvación de nuestro Dios.

4 ¡Aclama al Señor, tierra entera,
  gritad alegres, gozosos, cantad!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La liturgia nos hace orar de nuevo con el Salmo 97. Es uno de los salmos que se propone más veces en la liturgia diaria de este año. Frente a la victoria definitiva de Dios sobre el mal, el salmista invita a los creyentes a cantar un canto «nuevo». Las palabras de siempre no son suficientes. Ahora se ha establecido en la tierra la realeza de Dios. En el libro de Isaías parece que resuenan estas mismas palabras: «El Señor –canta el profeta– desnudó su santo brazo ante los ojos de todas las naciones, y han visto los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios» (52,12). Sabemos que el mal sigue actuando con violencia en la historia de los hombres. Sin embargo, en la sensibilidad evangélica, podríamos decir que el «reino de Dios» ya se ha establecido. El Señor, con su diestra, derrotó al Mal. Con la muerte y resurrección de Jesús, el Mal ya no tiene su poder. Por eso, aunque sigue presente en la vida humana, está derrotado para siempre. Podemos hacer nuestras, por tanto, las apremiantes exhortaciones del salmista: cantad, gritad, aclamad, tocad, aplaudid. Si el salmista seguramente se inspiró en una gran victoria que obtuvo Israel, nosotros cantamos por la definitiva victoria de Jesús. Viene a la memoria el canto que encontramos en el Apocalipsis por la victoria del Señor: «Oí entonces un ruido que venía del cielo, parecido al estruendo de aguas caudalosas o al fragor de un gran trueno. El sonido que percibía era como de citaristas que tañeran sus instrumentos. Cantan un cántico nuevo delante del trono y delante de los cuatro Vivientes y de los Ancianos. Y nadie podía aprender el cántico, excepto los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados de la tierra» (Ap 14,2-3). En el lenguaje típico del texto bíblico podemos descubrir el canto de la asamblea de creyentes que celebra la santa liturgia. En ella el cielo y la tierra se unen en la única alabanza al Señor que ha vencido el Mal y nos ha permitido formar parte de su ciudad, de su pueblo. El salmista invita a recordar lo que ha hecho Dios por nosotros y por todo el mundo: ha revelado su justicia a los pueblos y todos los confines de la tierra han podido ver la salvación que ha venido a dar. Realmente el Señor ha obtenido una gran victoria, ha manifestado su salvación, ha revelado su justicia, se ha acordado de su amor, y ahora juzga la tierra con justicia. Pero la justicia de Dios se llama misericordia, se llama salvación, es un amor que salva sin ponerse ningún límite. Por eso también nosotros podemos cantar con el salmista: «¡Aclama al Señor, tierra entera, gritad alegres, gozosos, cantad!» (v. 4).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.