ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 26 de junio

Salmo responsorial

Salmo 37 (38)

Yahveh, no me corrijas en tu enojo,
en tu furor no me castigues.

Pues en mí se han clavado tus saetas,
ha caído tu mano sobre mí;

nada intacto en mi carne por tu enojo,
nada sano en mis huesos debido a mi pecado.

Mis culpas sobrepasan mi cabeza,
como un peso harto grave para mí;

mis llagas son hedor y putridez,
debido a mi locura;

encorvado, abatido totalmente,
sombrío ando todo el día.

Están mis lomos túmidos de fiebre,
nada hay sano ya en mi carne;

entumecido, molido totalmente,
me hace rugir la convulsión del corazón.

Señor, todo mi anhelo ante tus ojos,
mi gemido no se te oculta a ti.

Me traquetea el corazón, las fuerzas me abandonan,
y la luz misma de mis ojos me falta.

Mis amigos y compañeros se partan de mi llaga,
mis allegados a distancia se quedan;

y tienden lazos los que buscan mi alma,
los que traman mi mal hablan de ruina,
y todo el día andan urdiendo fraudes.

Mas yo como un sordo soy, no oigo,
como un mudo que no abre la boca;

sí, soy como un hombre que no oye,
ni tiene réplica en sus labios.

Que en ti, Yahveh, yo espero,
tú responderás, Señor, Dios mío.

"He dicho: "! No se rían de mí,
no me dominen cuando mi pie resbale!"."

Y ahora ya estoy a punto de caída,
mi tormento sin cesar está ante mí.

Sí, mi culpa confieso,
acongojado estoy por mi pecado.

Aumentan mis enemigos sin razón,
muchos son los que sin causa me odian,

los que me devuelven mal por bien
y me acusan cuando yo el bien busco.

¡No me abandones, tú, Yahveh,
Dios mío, no estés lejos de mí!

Date prisa a auxiliarme,
oh Señor, mi salvación!

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.