ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado
Viernes 14 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 36 (37), 3-4.18-19.27-28.39-40

3 Confía en el Señor y obra el bien,
  vive en la tierra y cuida tu fidelidad,

4 disfruta pensando en el Señor
  y te dará lo que pida tu corazón.

18 Conoce el Señor la vida de los íntegros
  su heredad durará para siempre;

19 en tiempo de escasez no se avergonzarán,
  en días de penuria gozarán de hartura.

27 Apártate del mal y obra el bien,
  y siempre tendrás una morada;

28 porque el Señor ama la justicia
  y no abandona a sus amigos.
  Los criminales son exterminados,
  la descendencia del malvado cercenada.

39 La salvación del honrado viene del Señor,
  él es su refugio en tiempo de angustia.

40 El Señor lo ayuda y lo libera,
  él lo libra del malvado,
  lo salva porque se acoge a él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El creyente del Salmo 36 es un hombre de avanzada edad que habla a los más jóvenes para que perseveren en la confianza y en la obediencia a Dios y no se dejen condicionar por la envida y por la prosperidad de los malvados. «Descansa en el Señor, espera en él, no te acalores contra el que prospera, contra el hombre que urde intrigas. Desiste de la ira, abandona el enojo, no te acalores, que será peor; pues los malvados serán extirpados, mas los que esperan en el Señor heredarán la tierra» (vv. 7-9). En las Escrituras encontramos muchas veces la pregunta de los creyentes: ¿por qué el justo sufre mientras que el impío prospera? El salmista, que cree en un Dios justo y que recompensa, afirma que vivir bajo la mirada de Dios es un bien más grande que todas las aflicciones que el creyente experimenta en la tierra y que comportarse siguiendo la ley del Señor siempre es preferible a una vida próspera pero marcada por el egoísmo y la violencia. Por eso le dice a su joven discípulo que no sienta envidia del malhechor, que no desee la vida que lleva, el éxito que busca ni la riqueza que acumula. Si lo envidia significa que piensa como él, que aprecia lo que el malvado aprecia, es decir, que cree que el sentido de la vida es acumular cosas y no amar al Señor y a los pobres. Así pues, exhorta al joven discípulo: «Confía en el Señor y obra el bien, vive en la tierra y cuida tu fidelidad» (v. 3). Lo que cuenta en la vida es confiar en el Señor. Y eso es algo de gran valor, sobre todo en este tiempo que ha convertido el dinero y el éxito en los nuevos ídolos a los que se sacrifica incluso la vida. Los creyentes estamos llamados a no dejarnos seducir por estos ídolos y a testimoniar con más fuerza el amor por Dios y por los pobres. Los creyentes poseerán la tierra gastando su vida por los demás y no intentando acumular para ellos mismos. El salmista, oponiéndose a la mentalidad corriente que lleva a acumular para uno mismo, canta una afirmación que resonará en las Bienaventuranzas evangélicas: «Los humildes poseerán la tierra y gozarán de inmensa paz» (v. 11). Es la alternativa de una vida gastada para el Evangelio del amor y no para buscar nuestro propio éxito. Por desgracia no faltan los falsos profetas que predican un evangelio mundano, es decir, buscar la prosperidad o el éxito, lo contrario de la sabiduría evangélica que encuentra su alegría practicando el amor por los demás. Nos lo recuerda de manera sintética aquella hermosa afirmación de Jesús que refiere el apóstol Pablo: «Mayor felicidad hay en dar que en recibir» (Hch 20,35). Lo lógica del amor gratuito –porque eso es lo que significa «dar»– es lo que salva a los creyentes y al mundo. Y por eso el salmista insiste: «Disfruta pensando en el Señor y te dará lo que pida tu corazón» (v. 4). Sí, lo único que debemos hacer es ser fieles al Señor y ponerle a él y a su amor por delante de todo en nuestra vida. Él es nuestra fuerza; nunca nos abandonará. Como dice el salmista: «Apártate del mal y obra el bien, y siempre tendrás una morada» (v. 27).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.