ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XV del tiempo ordinario
Fiesta de María del Monte Carmelo.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 16 de julio

Homilía

El Evangelio nos presenta a Jesús en el mar de Galilea, obligado a subir a una barca porque tenía a una enorme muchedumbre a su alrededor. Y narra una parábola importante. Caso raro en los Evangelios, la explica él mismo. El sentido de fondo de la parábola está claro: hay que vivir escuchando el Evangelio y no la presunción de uno mismo. El sembrador sale para sembrar y tira semillas con gran abundancia. Parece que no se preocupe de elegir el terreno, puesto que muchas semillas se pierden. Solo las que caen en tierra buena darán fruto. Jesús, aunque no lo diga, se compara con el sembrador. Es suya, típicamente suya, y no nuestra, la generosidad mostrada al tirar las semillas. Aquel sembrador no es un medidor calculador; y, además, parece que deposita su confianza también en aquellos terrenos que son más un camino o un amasijo de piedras que una tierra arada y disponible. Aun así, también tira allí las semillas, esperando que arraiguen. Para el sembrador todos los terrenos son importantes. Así es: no hay ninguna parte de esta tierra que considere no digna de atención. No descarta ninguna porción. El terreno es el mundo, incluida aquella parte de mundo que hay en cada uno de nosotros. No es difícil reconocer en la diversidad del terreno la complejidad de las situaciones del mundo y las de cada uno de nosotros. Jesús no quiere dividir a las personas en dos categorías: las que representan el terreno bueno y las que representan el malo.
Cada uno de nosotros reúne todas las diversidades de terreno de las que habla el Evangelio. Tal vez un día es más rocoso y otro menos; otras veces acoge el Evangelio pero luego se deja sorprender por la tentación; y en otro momento escucha y da fruto. Hay algo que es cierto para todos: hace falta que el sembrador entre en el terreno, labre la tierra, quite las piedras, arranque las malas hierbas y tire abundantemente las semillas. El terreno, tanto si es rocoso como si es bueno –eso casi no importa–, debe recibir la semilla, es decir, la Palabra de Dios. Esta siempre es un regalo. Pero aunque venga de fuera entra tan profundamente en el terreno que se convierte en una sola cosa con él. Nuestras manos, acostumbradas tal vez a tocar cosas que juzgamos de gran valor, tienen en poca consideración esta semilla. ¡Cuántas veces hemos considerado mucho más importantes nuestras tradiciones y nuestras convicciones que la débil y frágil palabra evangélica! Y aun así, del mismo modo que la pequeña semilla contiene toda la fuerza que llevará a la planta futura, también la palabra evangélica lleva en su interior la energía que crea nuestro futuro y el futuro del mundo. Lo importante es no frenarla. El profeta Isaías escribe: «Del mismo modo que descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá de vacío, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar... así será la palabra de mi boca: no tornará a mí de vacío, pues realizará lo que me he propuesto y será eficaz en lo que mande» (Is 55,10-11).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.