ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

En la Basílica de Santa Maria in Trastevere de Roma se reza por la paz.
Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 17 de julio

En la Basílica de Santa Maria in Trastevere de Roma se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 123 (124), 1-8

1 Si el Señor no hubiera estado por nosotros
  –que lo diga Israel–,

2 si el Señor no hubiera estado por nosotros,
  cuando unos hombres nos asaltaron,

3 vivos nos habrían tragado
  en el ardor de su cólera.

4 Las aguas nos habrían arrollado,
  un torrente nos habría anegado,

5 nos habrían llegado al cuello
  las aguas caudalosas.

6 ¡Bendito el Señor, que no nos hizo
  presa de sus dientes!

7 Nuestra vida escapó como un pájaro
  del lazo del cazador.
  El lazo se rompió,
  nosotros escapamos.

8 Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
  que hizo el cielo y la tierra.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Salmo 123 es la proclamación comunitaria y coral de la salvación, que se hace realidad mientras se canta. El salmista es un hombre que ha experimentado la fuerza del mal, hasta el punto de sentirse cerca de la muerte: los enemigos iban a tragárselo vivo, como las aguas impetuosas que se lo llevan todo por delante y lo anegan todo. Quizás se refiere a una guerra («cuando unos hombres nos asaltaron») de la que logró salvarse. Para el salmista es evidente que ha sobrevivido gracias a la intervención de Dios. Repite dos veces: «Si el Señor no hubiera estado por nosotros» (v. 1) Muchas veces en los salmos encontramos a creyentes que en una situación difícil, de enfermedad, de hostilidad, de opresión, sienten la fuerza liberadora de Dios. En el Salmo 117 un hombre rodeado de enemigos canta la misericordia de Dios, que lo ha salvado. En el Salmo 70 es un anciano, el que cuando ve disminuir sus fuerzas, encuentra refugio y protección en Dios, allí donde, según quienes le rodean, no hay ninguna esperanza. Las aguas que llegan al cuello nos recuerdan el episodio evangélico en el que una tormenta se abate sobre los discípulos (Mc 4,35-41). El pánico se apoderó de ellos porque había peligro de que las olas volcaran la barca, y entonces despertaron a Jesús: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» ¡Si el Señor no hubiera estado por ellos! En las dificultades de la vida, que muchas veces son como una tormenta en el mar, nos parece que nos hundimos, que no sobrevivimos, que se nos lleva por delante. ¡Y nuestra oración llega incluso a convertirse en un reproche al Señor! En realidad olvidamos con facilidad la presencia atenta del Señor a nuestro lado, como aquellos discípulos que pensaban que Jesús no se preocupaba por su situación difícil. No debemos tener miedo de dirigirnos a él en la oración cada día, y no solo cuando estamos en el mar, en medio de una tormenta, en una situación dura de nuestra vida y descubrimos nuestra fragilidad. El Señor calma el mar y el viento con su palabra. Bendito sea el Señor, que no ha dejado que fuéramos prisioneros del mal sino que nos ha liberado. Realmente nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.