ORACIÓN CADA DÍA

Liturgia del domingo
Palabra de dios todos los dias

Liturgia del domingo

XVI del tiempo ordinario
Recuerdo de los santos Antonio y Teodosio, fundadores de la laura de las cuevas de Kiev (+1073) y padres del monaquismo ruso y ucraniano. Recuerdo de los cristianos de Ucrania y de Rusia.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 23 de julio

Homilía

Este sexto domingo después de Pentecostés continúa la lectura del capítulo 13 del Evangelio de Mateo, que empezó el domingo pasado. Es el «capítulo de las parábolas», centrado totalmente en la imagen del «reino de los cielos». Se trata de un tema fundamental de la predicación de Jesús y, por tanto, es decisivo para comprender el Evangelio y para entender qué quiere Dios para los hombres. Con tres parábolas se compara el reino primero con los brotes de trigo que se ven obligados a convivir con la cizaña; luego con una semilla microscópica, la de la mostaza, que se convierte en un árbol grande; y por último con pocos gramos de levadura, que son capaces de hacer fermentar una masa de harina. Escuchar estas palabras evangélicas ensancha el corazón y abre la inteligencia para juzgar y vivir la historia de los hombres. La parábola de la cizaña ha sido uno de los textos evangélicos fundamentales en algunos momentos históricos, cuando los hombres religiosos vieron amenazados los derechos de la verdad y sintieron la exigencia de defenderlos. Se puede decir que una larga historia de guerras de religión que fueron impulsadas por cristianos encontraron principalmente en este texto de las Escrituras un obstáculo que les hacía dudar, reflexionar y replantearse muchas cosas. El propietario del campo, en efecto, tiene un comportamiento totalmente singular. Se da cuenta de que un enemigo ha sembrado cizaña allí donde él había sembrado semilla buena. No obstante, cuando los siervos le refieren lo sucedido, él les impide cortar la hierba desde el inicio.
¿Por qué aquel propietario frena el celo de los que, al fin y al cabo, solo quieren defender su hacienda? Esta pregunta nos hace entrar en el misterio abismal del amor de Dios. En el libro de la Sabiduría (en la primera lectura) leemos: «Dueño de tu poder, juzgas con moderación... pues tras el pecado das lugar al arrepentimiento». La justicia de los hombres debe detenerse ante el misterio de la misericordia. Podríamos decir que con esta parábola empieza la historia de la tolerancia cristiana, y también la de su traición. Es una parábola que corta de raíz la hierba realmente mala del maniqueísmo, de toda distinción posible entre buenos y malos, entre justos e injustos. Vemos aquí, no solo la invitación a una tolerancia ilimitada, sino incluso al respeto por el enemigo, incluso si se trata de un enemigo no solo personal sino de la causa más justa y más santa, de Dios, de la justicia, de la nación o de la libertad.
Esta parábola, tan alejada de nuestra lógica y de nuestros comportamientos, sienta las bases de una cultura de la paz. Hoy, que asistimos a la proliferación de trágicos conflictos locales y a la fácil persecución del otro (cuando nos sentimos más fuertes), es necesario volver a proponer esta palabra evangélica para priorizar, o al menos para no excluir, el momento del diálogo y de las negociaciones. No es signo de debilidad ni de cesión. Es conceder a todos los hombres la posibilidad de bajar hasta lo más profundo de su corazón para encontrar la huella de Dios y de su justicia. Eso requiere inteligencia y –¿por qué no?– la astucia de mirar a la cara al enemigo y reconocer en él la buena fe y el mismo deseo sincero de paz. Eso es superar la lógica del enemigo.
La parábola no dice que no hay enemigos. Pero sí indica una manera distinta de tratarlos: en lugar de la siega violenta, que puede comportar arrancar también la planta buena, es preferible la paciente selección y espera. Es una gran sabiduría que contiene una fuerza increíble. Realmente esta palabra de tolerancia y de paz es como aquel pequeño grano de mostaza y aquel puñado de levadura. Si la dejamos crecer en nuestro interior y en las profundidades de la historia de los hombres derrotará la enemistad y el espíritu de guerra. La decisión del propietario, si es acogida, puede transformar toda la humanidad. No debe asustarnos que crezca la mala hierba. Lo importante es que crezca al máximo la planta buena. De ese modo se afirma ya en la tierra el reino de los Cielos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.