ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 3 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Salmo 83 (84), 3-6.11

3 Mi alma languidece anhelando
  los atrios del Señor;
  mi mente y mi cuerpo
  se alegran por el Dios vivo.

4 Hasta el gorrión ha encontrado una casa,
  la golondrina ha construido un nido
  donde poner a sus crías:
  ¡Tus altares, Señor,
  Dios del Universo,
  rey mío y Dios mío!

5 Dichosos los que moran en tu casa
  y pueden alabarte siempre;

6 dichoso el que saca de ti
  fuerzas cuando piensa en las subidas.

11 Vale más un día en tus atrios
  que mil en mis mansiones,
  pisar el umbral de la Casa de mi Dios
  que habitar en la tienda del malvado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El templo era el sueño de todo israelita piadoso, el lugar de peregrinación en los días de gran fiesta, como nos recuerdan también los Evangelios en el caso de Jesús. Allí habitaba el Señor. Y todos anhelaban ir a sus atrios. El esplendor de la construcción era un indicio para «sentir» y «probar» la dulzura y la fuerza que desprendía habitar con Dios. El inicio de este salmo está lleno de un irresistible anhelo de Dios. «Hasta el gorrión ha encontrado una casa» (v. 4), y por eso el creyente desea habitar en la casa del Señor. Y destaca: «Mi alma languidece anhelando los atrios del Señor» (v. 3), aunque puntualiza que «mi mente y mi cuerpo se alegran por el Dios vivo» (v. 3). Para el creyente el objeto de su deseo no es tanto la casa exterior, el templo, sino el amado, es decir, el mismo Señor. El creyente sabe que la compañía de Dios es decisiva para su vida y que vale más que cualquier otra cosa. Por eso le puede decir a su Señor: «Vale más un día en tus atrios que mil en mis mansiones» (v. 11). El deseo de Dios, la búsqueda de su rostro, llenan el corazón y la vida del creyente. El amor por el templo y la larga y cansada peregrinación para llegar a él son solo una señal del amor por el Señor y de la dedicación que requiere. El creyente está lleno de realismo e incluso de envidia por aquellos que habitan siempre en el templo, como los sacerdotes y los levitas: «Dichosos los que moran en tu casa y pueden alabarte siempre» (v. 5). Estar en los lugares de oración contiene una dimensión física que hay que resaltar y mantener, así como la hermosa tradición de ir a los lugares santos, los santuarios, como para sentir más de cerca la presencia del amor del Señor. Todo aquel que lo vive siente la bienaventuranza de estar, precisamente, en la «casa» del Señor. Y precisamente en la «casa del Señor», que es ante todo «comunidad de los creyentes», podemos gozar de las otras dos bienaventuranzas que encontramos en el salmo: «dichoso el que saca de ti fuerzas cuando piensa en las subidas» (v. 6) y «dichoso quien confía en ti» (v. 13). Todas estas bienaventuranzas ponen al Señor en el centro. El salmista sabe que su única certeza es el Señor. El salmo nos invita a todos a hacer que los lugares de nuestra oración sean como aquel templo: un lugar de encuentro con Dios, un santuario de su presencia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.