ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 5 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 1,1-8

El primer libro lo escribí, Teófilo, sobre todo lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio hasta el día en que, después de haber dado instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido, fue llevado al cielo. A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre, «que oísteis de mí: Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días». Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?» El les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Empezamos hoy la lectura continuada de los Hechos de los Apóstoles que nos acompañará hasta el final del año litúrgico. Con la meditación diaria de los Hechos queremos acompañar el recuerdo de los cincuenta años de vida de la Comunidad de Sant’Egidio, que celebraremos el año que viene y que es el origen de este libro. Podemos afirmar que toda la experiencia de la Comunidad de Sant’Egidio brota de escuchar cada día con fidelidad la Palabra de Dios. En realidad, todas las cosas buenas tienen su origen en esa escucha diaria. También los Hechos de los Apóstoles –el inicio de la vida de la Iglesia en la historia de los hombres– nacen porque los apóstoles, después de Pentecostés, escuchan la Palabra de Dios. Toda la Iglesia –la elección de Matías para completar el número de los Doce es reflejo de esa totalidad– empieza a caminar el día que recibe el don del Espíritu Santo, que se aparece en forma de lenguas de fuego. Aquel día el Espíritu hizo que los Doce, que estaban cerrados en el cenáculo por miedo, salieran y empezaran a comunicar el Evangelio desde aquella plaza de Jerusalén, luego en Samaría, en Antioquía, y hasta los confines de la tierra. El autor de los Hechos, el evangelista Lucas, empieza a narrar su misión allí donde termina el Evangelio. La Palabra de Dios, el Evangelio de Jesús, es el inicio y la base de los Hechos de los Apóstoles, y lo es también las comunidades cristianas de todas las generaciones. La vida de la Iglesia nace escuchando el Evangelio en el Espíritu Santo. El Evangelio une a los discípulos con Jesús. Lucas recuerda los encuentros que tuvieron con Jesús resucitado. Evidentemente, fue una experiencia inolvidable. Los días posteriores a la resurrección, Jesús abrió su mente a la inteligencia de las Escrituras y ellos comprendieron quién era Jesús mucho más de cuanto lo habían entendido en los tres años anteriores. Jesús les dijo que no se apartaran, que no se recluyeran, sino que se quedaran en Jerusalén, que es el símbolo de todas las ciudades, para recibir el don de su Espíritu. Es la misma invitación que reciben los hombres de todos los tiempos para que estén en medio de los hombres, para que no abandonen las ciudades. La fuerza de la resurrección debe testimoniarse entre los hombres. El Espíritu del Señor ayudará a los discípulos de Jesús en su misión de misericordia por todos, y especialmente por quien es más débil. Los Hechos de los Apóstoles (del mismo modo que los «hechos» de toda comunidad cristiana) empiezan escuchando la Palabra de Dios y caminando junto a los pobres con misericordia, con «hechos» de amor, de liberación y de fraternidad. Pentecostés, es decir, la venida del Espíritu Santo, tiene lugar en esta fidelidad concreta del amor. Una nueva energía guiará y sostendrá a los discípulos por los caminos del mundo. Así la Palabra «crece» y se «difunde» hasta los confines de la tierra.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.