ORACIÓN CADA DÍA

Vigilia del domingo
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Vigilia del domingo
Sábado 12 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 2,22-36

«Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades, pues no era posible que quedase bajo su dominio; porque dice de él David: Veía constantemente al Señor delante de mí,
puesto que está a mi derecha, para que no vacile. Por eso se ha alegrado mi corazón
y se ha alborozado mi lengua,
y hasta mi carne reposará en la esperanza de que no abandonarás mi alma en el Hades
ni permitirás que tu santo experimente la corrupción.
Me has hecho conocer caminos de vida,
me llenarás de gozo con tu rostro. «Hermanos, permitidme que os diga con toda libertad cómo el patriarca David murió y fue sepultado y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción. A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos
por escabel de tus pies. «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pedro, en su discurso a los pueblos de la tierra, anuncia que Jesús ha vencido el mal y la muerte y ha instaurado un mundo nuevo para todos. El apóstol recuerda a los presentes que el joven profeta de Nazaret, tras haber llevado a cabo milagros y curaciones, se entregó voluntaria y libremente a la violencia del mal. Fue condenado a muerte y clavado en la cruz. Pero el Padre lo resucitó, «librándolo de los lazos del Hades». Su obediencia, su confianza en la voluntad del Padre y el amor sin límites por los hombres, le hicieron merecedor de la resurrección. «Dios lo resucitó», dice Pedro a la gente reunida ante aquella puerta. Es el anuncio de la Pascua, el corazón de la fe cristiana. Dicho anuncio ha acompañado los siglos y ha llegado hasta nosotros. Y nosotros lo recibimos para comunicarlo a los demás. Esa es la tradición que tenemos que continuar viviendo y anunciando. Es el Evangelio, la buena noticia que el mundo espera, porque no es una palabra vacía, abstracta, teórica, sino una palabra que entra en el corazón de los hombres y los cambia. Y estos hombres con el corazón lleno de la Palabra de Dios son capaces de transformar el mundo, de cumplir aquellos milagros del amor que, de otro modo, son imposibles. El amor de Jesús que Pedro anuncia es el amor de aquel que amó a los demás más que a sí mismo, que cargó con el pecado de todos y se entregó a la muerte. Este amor sin límites, venció el límite trágico de la muerte. Si hasta entonces la muerte ponía la palabra «fin» a la vida de toda persona, desde aquel momento sucede lo contrario: la vida vence a la muerte, el amor vence al mal. Así lo habían anunciado los profetas, recuerda Pedro a sus oyentes. Muchos de ellos conocían lo que estaba escrito en los Profetas pero quizás lo habían olvidado o, en cualquier caso, no habían creído aquellas palabras, como nos pasa muchas veces a nosotros cuando no damos a las palabras del Evangelio el peso que tienen. Jesús cumplió las profecías, los sueños de muchos que esperan un mundo nuevo, justo y lleno de amor. Pedro –y hoy, cuando testimonia el amor evangélico, cada creyente es un poco como Pedro– continúa diciendo a los pueblos de la tierra: «Sepa, pues, con certeza todo Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a ese Jesús a quien vosotros habéis crucificado».

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.