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Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

En la Basílica de Santa Maria in Trastevere de Roma se reza por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 21 de agosto

En la Basílica de Santa Maria in Trastevere de Roma se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 5,1-11

Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad, y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo también su mujer; la otra parte la trajo y la puso a los pies de los apóstoles. Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del campo? ¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto? Nos has mentido a los hombres, sino a Dios.» Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y un gran temor se apoderó de cuantos lo oyeron. Se levantaron los jóvenes, le amortajaron y le llevaron a enterrar. Unas tres horas más tarde entró su mujer que ignoraba lo que había pasado. Pedro le preguntó: «Dime, ¿habéis vendido en tanto el campo?» Ella respondió: «Sí, en eso.» Y Pedro le replicó: «¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, aquí a la puerta están los pies de los que han enterrado a tu marido; ellos te llevarán a ti.» Al instante ella cayó a sus pies y expiró. Entrando los jóvenes, la hallaron muerta, y la llevaron a enterrar junto a su marido. Un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron esto.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La historia de Ananías y Safira es muy dura. El autor explica que tras vender un terreno, llevaron a la comunidad solo una parte del importe y se quedaron el resto. El problema no era lo que habían hecho, sino que habían mentido a Pedro diciéndole que habían entregado toda la suma a la comunidad. Tanto Ananías como Safira murieron al instante, uno primero y la otra después. Es un final que podría parecer exagerado respecto al pecado cometido. En realidad Ananías y Safira, con su mentira, se distanciaban del sentir común de la comunidad, haciendo morir así en ellos la vida espiritual que habían recibido como un don. Lo que hicieron no fue simplemente incumplir algo sino más bien separarse del espíritu de la comunidad, y eso siempre lleva a destruirse a uno mismo. No hay que interpretar la muerte de Ananías y Safira como un castigo enviado por Dios, sino como la consecuencia de su insinceridad y de haber puesto sus intereses por delante de los de todos. Cada vez que prevalecemos nosotros y nuestro egocentrismo por encima del bien común ejercemos una violencia que se vuelve contra nosotros, más que contra los demás. El autor de los Hechos indica que la gente, viendo estos hechos, fue presa del temor. No quiere sugerir que empezó entonces un clima de miedo en la comunidad. Sabemos que el fruto de la comunión es la paz, la alegría, el amor, como afirma en varias ocasiones Lucas. En todo caso son mentiras como las de Ananías y Safira, las que contaminan y destruyen la comunión haciendo prevalecer el espíritu de la «división» que se halla en el maligno. Los Hechos subrayan que todos debemos procurar guardar la comunión que nos ha dado el Señor. Tenemos que custodiar la fraternidad con gran atención porque la podemos herir fácilmente con nuestros comportamientos egocéntricos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.