ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Fiesta de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico. Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación. Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha)
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Viernes 1 de septiembre

Fiesta de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia de Roma dedicada al santo. Se recuerda hoy también el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico. Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación. Para los musulmanes es la fiesta del sacrificio (Aid al-Adha)


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 5,1-13

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos ,
porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegráos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros. «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy recordamos a san Egidio, un antiguo monje que se fue de Grecia y se estableció en el sur de Francia. La tradición lo sitúa en el siglo IX, cuando la Iglesia todavía no estaba dividida y los intercambios entre Oriente y Occidente eran frecuentes. Esa es una señal que hoy –día en el que la Iglesia ortodoxa empieza su año litúrgico– queremos aprovechar para orar por la unidad de la Iglesia. El santo monje Egidio nos recuerda la primacía de Dios que debe brillar en la vida de todos los discípulos. Él la vivió y no se quedó solo. Se convirtió en padre de una comunidad de hijos y en defensor de los débiles, como recuerda su mano, en la que se ve clavada la flecha con la que el rey quería matar a una cierva. El lugar de su muerte, en el camino de Santiago, hizo que su recuerdo se difundiera por toda Europa. Y su nombre ha sido invocado durante siglos para la curación del mal, de muchos tipos de males. La Comunidad de Sant’Egidio, que custodia la pequeña iglesia dedicada al santo que se encuentra en el centro del barrio romano de Trastevere, le debe el nombre. En 1973 fue la primera casa de la Comunidad y aún hoy es su corazón palpitante. En ella se conserva el icono del Rostro Santo que acompaña a todas las comunidades del mundo, y que se ve en la portada de este libro, como si quisiera velar por quien lo abre para la oración. Es una manera sencilla de participar en la oración de un pueblo que desde Oriente hasta Occidente no deja de escuchar la Palabra del Señor y de presentarle la oración por la paz en el mundo. Hoy recordamos el inicio de la Segunda Guerra Mundial que devastó el mundo en pleno siglo XX. La página evangélica que hemos escuchado nos lleva con Jesús al monte de las bienaventuranzas. El evangelista Mateo coloca a Jesús en un monte, el lugar por excelencia desde el que Dios enseña. Jesús tiene ante sus ojos a una muchedumbre que lo sigue desde hace días. Podemos imaginarlo mirando a aquellos hombres y mujeres: si no conoce sus historias, sí sabe lo que quieren y necesitan. Y tiene compasión de ellos. En ese sentimiento de compasión se encuentra la razón de vida de la Iglesia y de toda comunidad cristiana. Jesús llama «bienaventurados» a los pobres y a los débiles, y a aquellos que se conmueven por ellos. Ese es el nuevo camino que propone al mundo: una alianza entre los pobres y los discípulos. Es el camino de la bienaventuranza, de la felicidad. Es el camino del reino de Dios. Jesús afirma que son bienaventurados los hombres y las mujeres pobres de espíritu, es decir los humildes (pobre de espíritu no significa en absoluto rico y alejado de Dios), y también lo son los misericordiosos, los afligidos, los humildes, los que tienen hambre de justicia, los puros de corazón, los perseguidos a causa de la justicia, y también los que son perseguidos a causa de su nombre. Los discípulos no habían oído jamás palabras como aquellas hasta aquel momento. Quizás les parecieron irreales. Para Jesús eran la realidad del nuevo mundo que venía a instaurar. El Evangelio nos las propone nuevamente hoy, cuando estamos a punto de reanudar nuestra vida de cada día. Podríamos pensar que son palabras hermosas pero que no se pueden poner en práctica. Sin embargo, no es así para Jesús. Él quiere para los discípulos una felicidad verdadera, plena y firme. A veces nosotros preferimos una vida solo un poco mejor, solo un poco más tranquila. Y nada más. No queremos ser realmente «bienaventurados». La bienaventuranza se ha convertido en una palabra extraña, demasiado llena, excesiva; es una palabra tan fuerte y tan cargada que es demasiado diferente de nuestras satisfacciones, a menudo insignificantes. Esta página evangélica es un verdadero Evangelio para nosotros, una verdadera «buena noticia» porque nos libra de una vida cada vez más banal y nos lleva a una vida llena de sentido, a una alegría más profunda. Las bienaventuranzas no son demasiado elevadas para nosotros, del mismo modo que no lo eran para aquella muchedumbre que las escuchó por primera vez. Presentan el rostro mismo de Jesús. Él es el hombre de las bienaventuranzas, el hombre pobre, el hombre manso y hambriento de justicia, el hombre apasionado y misericordioso, el hombre perseguido y asesinado. Mirémoslo y sigámoslo, y así seremos bienaventurados también nosotros.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.