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Oración por la Paz
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Oración por la Paz

En la Basílica de Santa Maria in Trastevere de Roma se reza por la paz.
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Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Lunes 18 de septiembre

En la Basílica de Santa Maria in Trastevere de Roma se reza por la paz.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 10,1-8

Había en Cesarea un hombre, llamado Cornelio, centurión de la cohorte Itálica, piadoso y temeroso de Dios, como toda su familia, daba muchas limosnas al pueblo y continuamente oraba a Dios. Vio claramente en visión, hacia la hora nona del día, que el Ángel de Dios entraba en su casa y le decía: «Cornelio.» El le miró fijamente y lleno de espanto dijo: «¿Qué pasa, señor?» Le respondió: «Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la presencia de Dios. Ahora envía hombres a Joppe y haz venir a un tal Simón, a quien llaman Pedro. Este se hospeda en casa de un tal Simón, curtidor, que tiene la casa junto al mar.» Apenas se fue el ángel que le hablaba, llamó a dos criados y a un soldado piadoso, de entre sus asistentes, les contó todo y los envió a Joppe.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El capítulo diez de los Hechos de los Apóstoles presenta un momento fundamental en la historia de la Iglesia: la decisión de predicar a los gentiles, es decir, al gran mundo del Imperio romano. Hasta entonces la predicación se había limitado al ámbito judío entre otras cosas porque las dificultades para salir de aquellos círculos eran muy fuertes. El Señor toma la iniciativa y pone en movimiento al centurión romano Cornelio, hombre piadoso y generoso, que «daba muchas limosnas a la gente y continuamente oraba a Dios», como destaca Lucas. Todo aquello llega hasta lo más alto, hasta Dios, que se inclina hacia el centurión. Es la hora nona, la hora de la oración, y el Señor envía un ángel que llama a Cornelio por su nombre, como sucede en todas las visiones bíblicas. Dios vela por aquellos a los que le temen y los socorre. Antes incluso de que la predicación llegue a orejas del centurión, Dios ya ha entrado en su corazón. Esa es la razón profunda de la misión cristiana. No se trata tanto de convertir, sino de ayudar a descubrir el amor de Dios que nos precede. El Señor, mucho antes de que nosotros nos demos cuenta, ya nos busca. Cornelio obedece las indicaciones del ángel y envía a dos siervos para que vayan a buscar a Pedro. Estos se ponen en camino hacia Jope y convencen al apóstol para que vaya a Cesarea. Una vez más la Palabra de Dios se pone en camino bajo la guía y el impulso del Espíritu Santo para llegar al corazón del primer gentil que se convierte al Señor. El Señor toca el corazón. Y a Pedro se le pide que colabore en el camino de la palabra del Señor. Esa es, todavía hoy, la tarea de toda comunidad cristiana.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.